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Su grandeza, su solidez, su elegancia, hacían olvidar los edificios de Roma. Sólo Atenas podía comparar los monumentos de su Acrópolis con estos templos del más severo dórico.

Mucho antes de que floreciesen Atenas y Roma, mucho antes de que Salomón e Hirán enviasen sus flotas a Ofir y de que los fenicios fundasen a Cádiz, bajó del montañoso centro del Asia a las fértiles llanuras que riegan el Indo y el Ganges, un pueblo nobilísimo e inteligente, valientes guerreros los más y algunos de ellos inspirados y divinos poetas, que los guiaban y entusiasmaban.

Dice Fóscolo que el Petrarca cubrió con un velo candidísimo al Amor, que andaba desnudo por Grecia y en Roma, y así le volvió al regazo de Venus Urania. Desde entonces, acaso desde antes, no se puede hablar seriamente del Amor, trayéndole á la tierra, prohibiéndole recordar su cielo, y arrancándole la vestidura.

¡Símbolo de la Roma antigua! ¡Suntuoso relicario de sublimes contemplaciones legadas al tiempo por difuntos siglos de pompa y de poderío!! Al fin, después de tantos días de fatigante peregrinaje y de ardiente sed, sed de corrientes de la ciencia que yace en ti, yo, hombre transformado, me arrodillo humildemente entre tus sombras y bebo del fondo mismo de mi alma tu grandeza, tu tristeza y tu gloria.

Fueron sus padres Don Gaston de Moncada, segundo Marqués de Aytona, Virrey de Cerdeña y Aragon, Embajador en la Córte de Roma; y Doña Catalina de Moncada, Baronesa de Callosa. Desde sus tiernos años se habia dedicado D. FRANCISCO al estudio de las letras, y de las lenguas Latina y Griega.

Aquella señora entendía la devoción de un modo que podría pasar en otras partes, en un gran centro, en Madrid, en París, en Roma; pero en Vetusta no. Confesaba atrocidades en tono confidencial, como podía referírselas en su tocador a alguna amiga de su estofa.

Puedes ir echándome sermones desde Nieva hasta Madrid, después de Madrid hasta París, y desde París a Milán, y desde Milán a Venecia, y después hasta Roma y Nápoles, y otra vez de vuelta por Ginebra, Bruselas, París y Madrid hasta casa. ¡Con qué gusto iré escuchando a un predicador tan monísimo por todos esos países extranjeros! ¿Qué te parece el itinerario de nuestro viaje? Bien. ¡Bien, bien!

Ocupados de aquella suerte disfrutaban la dicha de olvidar, de borrar los años transcurridos volviendo á la edad de la niñez. Roma ingrata, Cartago destruida, sus patrias respectivas, poco, muy poco pesaban á su conciencia, no dejando ninguna traza en su corazón, como no la deja el rizo de la onda.

Por mas profundas que fuesen las convicciones de Belarmino sobre la potestad indirecta, ¿habriais exigido de él, que se expresase en Paris de la misma suerte que en Roma?

Si desde el principio del siglo XVI el pueblo comenzó á luchar por su independencia contra obispos y condes, la reforma religiosa fué la que le aseguró su autonomía civil, lo mismo que su emancipacion respecto de Roma.