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Visité por de contado, al dia siguiente de llegar á Venecia, las célebres é históricas casas que habitaron Canova, Ticiano, y el Petrarca. tambien en el Palacio Ducal el cuarto en que estuvo preso el immortal Silvio Pellico. La casa que habitó Canova tiene una inscripcion sobre la puerta que lo indica; está en una plazuelita que se llama de San Márcos.

Yo desprecio su sentencia, y en tus caricias y en tu amor soñando, sólo que me arrastras en pos tuyo, sólo que eres bella y que te amo. Nacida bajo el sol de Andalucía, bella, jóven, discreta... ¡Dios mio! ¡Cuántas cosas te diria si fuese yo poeta! Y áun sin serlo, mirándome en tus ojos, de inspiracion venero, á Byron y Petrarca diera enojos... si estuviera soltero.

Sus ojos, como los de Laura, inspiran platónicos y casi místicos afectos, y hacen que un moro, como Ibn Zeidun, escriba canciones más finas que las del Petrarca, merced a la princesa Walada, que era asimismo poetisa.

El Petrarca ornamentó, dió elasticidad y clasificó en cierto modo la lengua dignificada por el Dante, cambiando hasta cierto punto su esencia, como lo dice Sismondi, y legando á su patria un idioma digno de rivalizar con los de Grecia y Roma. Los poétas que le han sucedido, dieron la última mano á la obra iniciada por los padres de la poesía italiana.

Muchas veces me figuro que en efecto me adoras con todo tu corazón, con todas las fuerzas de tu alma, y que yo soy para ti lo que fue Beatriz para el Dante y Laura para el Petrarca, un objeto divino que te preserva de todo pensamiento innoble, que gracias a mi amor se va engrandeciendo tu espíritu, despierta tu genio, el genio que tienes en el fondo del alma... porque yo estoy segura de que lo tienes...

Si examinamos ese gran período de la poesía europea, que termina en el siglo XVII, veremos que la corriente de la italiana se establece entre este último país y España, y que Boscán y Garcilaso, no sólo imitan con el mayor esmero al Petrarca en la forma de sus sonetos y canciones, sino que reproducen muchos pensamientos suyos y hasta versos enteros.

De aquí surgen análisis indigestos, obscenidades escandalosas que seducen á los hijos de Cervantes; por último, el viento glacial de la Noruega nos envía en forma dramática aéreos simbolismos que estremecen de gozo á la Italia, ¡á la Italia, donde han nacido Virgilio y Petrarca, Rafael y Tiziano!

Llevaba concluida una traducción de El laberinto de amor, sendas glosas de los sonetos de Petrarca, y tenía entre manos una feliz imitación de la Arcadia de Sannázaro. Para él, aquella naturaleza desolada y adusta que rodeaba, por todos lados, a su ciudad natal no merecía un hemistiquio.

La verdad es que la admiración de Petrarca a Laura y la de Dante a Beatriz eran nada en comparación con la apasionada y vehemente que nuestro chico profesaba a la planchadora. La admiraba sin comprender que la naturaleza pudiese formar otro ser que rivalizase con ella; todo lo encontraba hechicero, desde sus cabellos, un tantico revueltos, hasta sus pies, nada breves y nada bien calzados.

Si es difícil trasladarse en espíritu á principios del siglo XVI sin salir de España, más lo es volar á Grecia ó á Italia no pocos siglos antes, y no por eso dejo de atreverme á decir que comprendo, estimo y admiro á Píndaro, á Horacio, á Virgilio, á Dante y al Petrarca.