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Acababa de hacer una navegación felicísima, y su nave se parecía, anclada en el puerto, cargada de estaño, ámbar, hierro, pieles de armiños y de castores, y otros objetos de valor que él había ido a buscar a las costas de Francia, Inglaterra y otras regiones del Norte de Europa, a donde sólo los fenicios se aventuraban a llegar en aquella época.

Los fenicios, que difundían con sus navegaciones las primeras obras de la civilización, se cobraban este servicio llenando sus barcos de mujeres raptadas, mercancía rica y de fácil transporte.

A España vinieron sucesivamente atlantes, iberos primitivos, proto-escitas, fenicios, celtas, griegos, cartagineses, romanos, godos, alanos, suevos, vándalos, judíos, árabes, sirios, persas, eslavos, berberiscos, normandos y hasta negros de más allá del Sahara. Sobre poco más ó menos, en los demás países ha sucedido lo mismo.

Realizó desembarcos en puertos fenicios y griegos cegados por la arena, que sólo conservaban unas cuantas chozas al pie de montones de ruinas. Algunas columnas de mármol se erguían aún como troncos de palmeras desmochadas.

Eran misteriosos despojos de los días de tormenta; fragmentos del gran secreto del mar que volvían a la luz tras una ocultación de miles de años; la historia confusa y legendaria devuelta por las olas incoherentes a las riberas de estas islas, abrigo en tiempos remotos de fenicios y cartagineses, árabes y normandos.

Los más atrevidos navegantes, fenicios y cartagineses, los árabes conquistadores que intentaron conglobar el Universo, atraídos por las relaciones de la tierra del oro y de las Hespérides, pasan el Mediterráneo, lánzanse á través del Grande Océano; mas, pronto se detienen: el límite sombrío, cubierto eternamente de nubes, que se encuentra antes de llegar al Ecuador, les impone respeto.

Dichos alfabetos son un trasunto del fenicio o del griego, y debe suponerse, por lo tanto, que antes de la venida a España de griegos y de fenicios, los turdetanos tuvieron alfabeto propio, con el cual escribieron sus poemas y demás obras. A mi ver, el Sr. D. Manuel de Góngora y Martinez ha tenido la gloria de descubrir este alfabeto.

Y cuando la raza amarilla alcanzó el término de su cultura y puso en práctica todo su ideal, apareció la raza blanca con su gloriosa historia de persas, babilonios y fenicios, griegos y romanos, y naciones cristianas, medioevales y modernas. Pero el fin de la civilización de Europa tocaba ya a su término.

Allí tenía Mutileder una prima, que era un sol de belleza, con diez y ocho años de edad, y más rubia que él, si cabe. Esta prima se llamaba Echeloría. Su padre, viudo y muy rico, la idolatraba. Mutileder y Echeloría eran de casta ibera purísima, sin mezcla alguna de celtas ni de fenicios.

En esta plaza de agua metida entre casas habían anclado sus pobres naves los primeros fenicios, viéndose sucedidos por los emigrantes de Focea en Asia Menor, marineros griegos que huían de la invasión de los persas. Las colinas calcáreas y desnudas inmediatas al puerto se cubrían de viviendas, y así nació Marsalia, que había de ser siglos adelante la señora del Mediterráneo.