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Un día, sin embargo, nos resolvimos con don Benito a hacer el último esfuerzo. Comíamos juntos en su casa: mi tío se había sentado a la mesa de punta en blanco, como un pollo de veinticuatro años. Concluida la mesa, haría su visita a lo de Montifiori. Diablo, que está usted elegante, para viudo tan fresco le dijo don Benito. ¡Eh! contestó mi tío... voy a la ópera esta noche...

Centenares de esclavos cultivaban sus posesiones; y sus rentas y ganancias eran tres o cuatro veces mayores que las de D. Joaquín, con ser éste uno de los más acaudalados brasileños. Viudo el Sr. Machado, tenía un hijo, llamado Arturo, de veintiséis años de edad y muy lindo mozo. Arturo había estudiado leyes en la Universidad de San Pablo, donde las mujeres son guapísimas.

Basta con que el chico sea formal y trabajador». Casose luego la mayor, llamada Benigna en memoria de su abuelito el héroe de Boteros. Esta que fue buena boda. El novio era Ramón Villuendas, hijo mayor del célebre cambiante de la calle de Toledo; gran casa, fortuna sólida. Era ya viudo con dos chiquillos, y su parentela ofrecía variedad chocante en orden de riqueza.

Si así no fuese, no me habría tratado de tal modo. ¡Ofrecerme dinero por mediación de ese odioso Le Bris! ¡Y en qué términos, grandes dioses! Si me ve con los mismos ojos que su embajador, si he perdido ya su aprecio, ¿qué será de ? No volverá ya. Viudo o no, está perdido para . Entonces, ¿a qué conduciría?... ¿por pura venganza? Pues bien, sea, ¡me vengaré! Pero esperemos.

Estaba viudo como D. Acisclo, y tenía una hija de veinte, morenilla muy agraciada, pequeña de cuerpo, soltera aún, y llamada doña Manolita, alias la culebrosa. La llamaban así por su extraordinaria viveza y movilidad. Afirmaban en el pueblo que estaba hecha y como amasada de rabillos de lagartijas.

Costa, que ya nada tenemos que hacer aquí. Hemos seguido una pista falsa. Vamos a cerciorarnos de ello y en seguida emprenderemos la marcha otra vez. En efecto, aquella misteriosa secuestradora no era otra que el ama de gobierno de D. Ricardo Fanjul, un rico propietario viudo. El niño era su hijo, que había pasado algunos días en Madrid en casa de una hermana.

Volví la cabeza para ver quién me hablaba, y me encontré con el señor Baraton, notario de mi familia. ¿Usted aquí? exclamé; ¿y su estudio? Lo vendí hace tres meses. Soy rico, viudo, tengo sesenta años, he estado casado por espacio de veinte, y durante treinta he sido notario... Creo que ya es tiempo de que piense en divertirme.

A buena parte vienes. Verás cómo destruyo tus sofismas y mentiras. Verás lo que puede el cálculo de un cerebro lleno de luz... ¡Con que yo viudo! Lo mismo que mi tía, que me dijo ayer: «desde que enviudaste, pareces otro...». Me conviene hacerles creer que me lo trago.

Festejáronla, persiguiéronla, y aunque al principio resistió a los ataques, cuando éstos vinieron en forma positiva, se dejó vencer. Fué, durante algún tiempo, la querida del marqués de Dávalos, un joven viudo con cuatro hijos, que gastó con ella sumas cuantiosas que no le pertenecían.

Tu marido, creyéndose viudo, podría casarse con Juana, la hija del capataz, por ejemplo... Si vuelves impedirás ese casamiento, porque él te ha querido mucho, mucho... Pepa oía como quien oye la lluvia... Juana, la hija del capataz, te ha sustituido en la cocina de don Lucas.