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13 Porque Adán fue formado primero; luego Eva; 14 y Adán no fue engañado, sino la mujer fue engañada en la rebelión; 15 pero se salvará engendrando hijos, si permaneciere en la fe y caridad y en la santificación, y modestia. 3 no dado al vino, no heridor, no codicioso de ganancias deshonestas, sino moderado, no litigioso, ajeno de avaricia;

Todavía estuvo en ganancias un largo rato, hasta que viendo señales de que la suerte se torcía, levantose como jugador experto y salió de la sala abrazado a su amigo. ¿Qué hora es, Miguelillo? Las cinco menos cuarto. ¿Hay ánimo, verdad? le preguntó abrazándole de nuevo con efusión. ¡, hombre, ! Yo tengo ánimo y dinero contestó sonriendo.

, pero también perdían un parroquiano que les deja muchas ganancias. ¿Usted no ve que Enrique recibe encargos de toda la provincia? Eso también es verdad..., ¿pero no sabes que a los comerciantes les ciega la avaricia?... ¡Uf, qué gente más mala! Te digo que no puedo ver a los comerciantes, Ricardo; no los puedo ver, ni pintados.

Pero los instintos hereditarios reaccionaban en todos aquellos retoños de la montaña: resucitaba en ellos el gusto á la antigua vida y poco á poco abandonaban los trajes exóticos, agarraban la escopeta y volvían, como sus padres, á las comilonas, á la caza y hablar de ganancias de miles de duros, acordándose de su educación extranjera como de un sueño.

Pero seguía adelante, sintiéndose alentado por el espíritu comercial, que le hacía sobrellevar los fracasos con la esperanza de enormes ganancias cuando su hijo fuese un matador de cartel. El pobre muchacho, que en sus primeros años había manifestado aficiones al toreo, como la mayoría de los chicuelos de su clase, veíase ahora prisionero del entusiasmo del padre.

Las ganancias fueron muy exiguas. Elena y su madre vivían bien estrechamente a la llegada de Reynoso al Escorial. Cuando aquél entró por casualidad un día en la tienda fue reconocido por doña Dámasa. Se habían conocido de niños. Saludáronse afectuosamente, y el indiano comenzó a tutear a la madre y por de contado a la hija, que contaba entonces diez y siete años.

Cuando las ganancias habían sido por ventura fenomenales, alquilaba un jamelgo, se iba trotando hasta la Puerta de Hierro, o daba la vuelta a Madrid paseando por el Retiro entre las filas de coches de lujo y jinetes ricos. Para que esta parodia vil y nauseabunda de las disipaciones de la clase superior fuese más completa, tenía sus pequeñas deudas con el mozo del café y con los amigos.

Sin duda que en una asociación de hombres para determinada empresa, a cuyo buen éxito concurren unos con el capital, otros con la inteligencia, otros con su habilidad, pericia y destreza en tal o cual arte u oficio, y otros sólo con el rudo trabajo de sus manos, el sufragio universal por igual sería absurdo, así como también lo sería el igual reparto de las ganancias y provechos.

Sin embargo, Juan marchaba, marchaba siempre porque le estremecía, más que la muerte, la idea de infringir los mandatos de la autoridad, y turbar, aunque fuese momentáneamente, el orden de su país. Cada noche se iban reduciendo más sus ganancias.

Cuando veía fracasar a un compañero en alguna, sonreía maliciosamente y se daba a mismo el parabién por el gran talento de que estaba dotado. Si rendía ganancias, sacudía la cabeza murmurando con implacable pesimismo: "Al freir será el reir". Económico, avaro mejor dicho, hasta un grado escandaloso en su casa.