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Entre las hileras de cepas veíase la tierra, machacada, alisada, peinada, con la misma tersura que si fuese el suelo de un salón. ¡Y la viña de Marchamalo se perdía de vista, ocupaba varias colinas, lo que exigía un trabajo enorme! A pesar de la rudeza con que el capataz trataba a los viñadores durante el trabajo, ahora que no estaban presentes, se apiadaba de sus fatigas.

Hacía preguntas al capataz sobre el cultivo de las viñas, alabando el aspecto de las de Dupont, y el señor Fermín, halagado en su orgullo de cultivador, se decía que aquellos jesuitas no eran tan despreciables como los consideraba su amigo don Fernando. Oiga su mercé, padre: Marchamalo no hay más que uno; esto es la flor del campo de Jerez.

El capataz, asombrado de que hablase así, movía la cabeza. Mal, muy mal, señorito. La paz con sangre, es mala paz. Mejor es arreglarse a las buenas. Crea su mercé a un viejo que ha pasado las de Caín, metido en eso de prenunciamientos y revoluciones.

No me habías de escapar, lagartija, si te corriese en él dijo don Lucas, el capataz en la estancia lindera de Cabral, dirigiéndose a un peón joven, alto, delgado y lampiño que había estado a su servicio y que al caminar doblaba las piernas como si tuviese desarticuladas las rodillas.

La cosa fue anteanoche continuó el capataz . Yo lo supe ayer por la tarde; vinieron a decírmelo de las Carolinas... No he querido ir a verle. ¿Para qué? ¿Voy acaso a resucitarlo?... Ya estará enterrado; los que lo vieron dicen que estaba hecho una lástima. Un balazo en la frente, otro en la boca: plomo por todas partes.

Lo que le daba todos los meses no era mas que la renta del legado de su abuelo... Y por consejo de Argensola, se atrevió á reclamar el campo. La administración de esa tierra pensaba confiarla á Celedonio, el antiguo capataz, que era ahora un personaje en su país, y al que él llamaba irónicamente «mi tío». Desnoyers acogió su rebeldía fríamente. «Me parece justo.

Golfín le acarició el rostro con su mano, tomándolo por la barba y abarcándolo casi todo entre sus gruesos dedos. ¡Pobrecita! exclamó . Dios no ha sido generoso contigo. ¿Con quién vives? Con el señor Centeno, capataz de ganado en las minas. Me parece que no habrás nacido en la abundancia. ¿De quién eres hija? Dicen que mi madre vendía pimientos en el mercado de Villamojada. Era soltera.

Mientras tanto, el sacerdote, que había llegado con don Pablo, parecía huir también de las voces y ademanes descompuestos con que éste acompañaba sus órdenes, y agarraba suavemente al señor Fermín, ponderando el hermoso espectáculo que ofrecían las viñas. ¡Cuan grande es la providencia de Dios! ¡Y qué cosas tan hermosas crea! ¿No es cierto, buen amigo?... El capataz conocía al sacerdote.

En Semana Santa, la gente que presenciaba el paso de las procesiones de encapuchados a altas horas de la noche, corría para oírla de más cerca. Es la niña del capataz de Marchamalo que va a echarle una saeta al Cristo.

Aresti escuchaba al capataz, y aprovechando sus pausas seguía recriminándolo. Tocino, eres un ladrón que vendes á los obreros los artículos averiados que no quieren en Bilbao, y los haces pagar más caros que en la villa. Esas son mentiras que sueltan los socialistas en sus metinges gritó el capataz enrojeciendo de indignación con el recuerdo de lo que decían los obreros en sus reuniones.