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Manolito Dávalos descansaba, en efecto, en actitud sombría y melancólica, sin que le hubiesen impulsado a levantar la cabeza los dichos de su amigo. Al oirse nombrar la alzó con sorpresa y mal humor. Si te encontrases en mi posición, qué poca gana tendrías de bromear, Rafael! dijo exhalando un suspiro.

El sabio don Hipólito Unanue que con el seudónimo de Aristeo escribió eruditos artículos en el famoso Mercurio peruano; el elocuente mercedario fray Cipriano Jerónimo Calatayud, que firmaba sus escritos en el mismo periódico con el nombre de Sofronio; el egregio médico Dávalos, tan ensalzado por la Universidad de Montpellier; el clérigo Rodríguez de Mendoza, llamado por su vasta ciencia el Bacón del Perú y que durante treinta años fué rector de San Carlos; el poeta andaluz Terralla y Landa, y otros hombres no menos esclarecidos formaban la tertulia de su excelencia, quien, a pesar de su ilustración y del prestigio de tan inteligente círculo, dictó severas órdenes para impedir que se introdujesen en el país las obras de los enciclopedistas.

"Nuestro Señor guarde á V.S. muchos años. Tupiza, y Marzo 17 de 1781." Antolin de Chabarri. Manuel de Montellano. Pedro Pizarro Santander. José Leon de los Rios. José Dávalos. Pedro Julian Calvete. Ramon Ignacio Dávalos. José de Burgos. Alberto Puch. José Martinez. Felipe Aranibar. Señor Comandante General D. José Reseguin.

Pocos días después se marchó a Francia. Algunos meses más tarde circuló por Madrid la noticia de que se casaba con el marqués de Dávalos. Halló a su padre en un estado tristísimo, completamente idiota. Hablaba como si la hubiera visto el día anterior y no hubiera pasado nada; le preguntaba con mucho interés por la Amparo y hasta algunas veces la confundía con ella.

Ahora vais a ver cómo me las compongo con los boquerones dijo sentándose . Porque supongo que te habrás acordado de añadió levantando la vista hacia Pepe Castro. Este hizo una señal afirmativa y empujó suavemente a Manolito Dávalos para que se sentase al lado de su ex querida. Era curioso ver la extraña turbación que se apoderaba del tocado marqués cuando se ponía cerca de la Amparo.

Sus cuatro hijos habíalos recogido la suegra. Vivía en una fonda con la pensión que le pasaba una tía vieja de quien era presunto heredero. Sobre la esperanza de esta herencia algunos usureros le prestaban dinero. Si yo me encontrara en tu caso, ¿sabes lo que haría, Manolo?... Casarme con mi tía. Los amigos rieron, porque la tía de Dávalos tenía cerca de ochenta años.

Estaba de Dios que la desgraciada reina de Escocia había de ser humillada siempre. Primero lo fué por su tía Isabel de Inglaterra. Ahora la reina Margarita la ponía sin miramientos de patitas en la calle. Donde encontró a su venerable amiga dentro ya del coche. Al ver el comienzo de la escena pasada se había escabullido prudentemente. Antes que partiesen, el marqués de Dávalos se juntó a ellas.

No nos conviene llamar la atención en este momento.... Ve , ve ... y que se largue pronto.... Clementina, sin pronunciar otra palabra, se alejó con paso rápido, el rostro pálido y contraído, los labios trémulos. Lanzóse en el torbellino de los salones y buscó ansiosamente a la intrusa. No tardó muchos minutos en hallarla ¡oh vergüenza! del brazo del marqués de Dávalos.

Amargo desengaño debió de experimentar cuando al penetrar en los salones y tropezar con una porción de distinguidos salvajes a quienes trataba con intimidad, Pepe Castro, el conde de Agreda, Maldonado y otros, observó que todos le volvían la espalda y se apresuraban a alejarse. Tan sólo el fiel Manolo, el loco marqués de Dávalos, la reconoció y consintió en la mengua de ofrecerla el brazo.

Festejáronla, persiguiéronla, y aunque al principio resistió a los ataques, cuando éstos vinieron en forma positiva, se dejó vencer. Fué, durante algún tiempo, la querida del marqués de Dávalos, un joven viudo con cuatro hijos, que gastó con ella sumas cuantiosas que no le pertenecían.