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Tales eran sus razones. Alguien podría sospechar pero no probar su invencible repugnancia a todo lo vulgar y plebeyo, y el horror que de ella se apoderaba a la sola idea de poder un día tener un hijo que llevase su ilustre apellido en pos de otro apellido oscuro y rústico de algún ricacho villano.

El contagio de la rebelión se apoderaba de algunos oyentes. Marcos López, cura de Santo Tomé, aseguraba que Santiago Apóstol se le había aparecido una noche diciéndole que, si la nobleza castellana no volvía por el respeto de sus fueros, España estaba perdida.

Batiste apenas comió, ocupado en contemplar la voracidad de los suyos. Batistet, el hijo mayor, hasta se apoderaba con fingida distracción de los mendrugos de los pequeños. A Roseta, el miedo le daba un apetito feroz. Nunca como entonces comprendió Batiste la carga que pesaba sobre sus espaldas.

Al pensar que mientras su espíritu en los últimos once años bajaba y subía en perpetua agitación, desde el cielo hasta el infierno, ellas habían estado allí altivas, felices, contemplando noche y día el firmamento augusto, una envidia sorda se apoderaba de su corazón y comenzaba á nacer en él un deseo vivo, irresistible, de reposo.

Ojeda, más frío que su compañera, percibió en su interior un cosquilleo irónico, un deseo de reírse de mismo, de este enternecimiento sin causa definida que se apoderaba de él. ¡Mirar la luna y decir versos como un estudiante al lado de una pobre mujer que era madre y oyendo una musiquilla vulgar a cuyos sones danzaban los seres más frívolos de aquella Arca de Noé!... ¡Cómo reiría él si con prodigioso desdoble pudiera contemplarse a mismo desde lejos!... Pero la emoción inexplicable era más fuerte que su rebeldía burlona, y le obligaba a permanecer inmóvil, en silencio, sin huir de aquel cuerpo que vibraba con su contacto. ¿Por qué reírse de este instante, si era de felicidad y le proporcionaba un dulce olvido?...

Y aquello no era amor, que resplandeciente y soberana, sin dejar lugar a otros amores, su alma llenaba la divina imagen de doña Guiomar; ni era compasión tampoco, por más que de ella estuviese lleno lo que por la desmayada hermosura sentía; y en fin, no podía explicarse aquella nueva pasión, tan no conocida de él, que de él se apoderaba.

Desde entonces los placeres mundanos de los recién casados sufrieron merma considerable, quedaron reducidos casi exclusivamente a los paseos vespertinos y nocturnos. Adiós teatros, adiós regalos y caprichos. Doña Carolina se apoderaba de la paga íntegra, y a duras penas soltaba de ella una parte insignificante.

En la Primada no se decía verdad sobre los prelados, ni osaba nadie publicar sus faltas, hasta que la muerte se apoderaba de ellos.

Venga usté, venga usté, que aquí estamos, le decía Amparo con voz vibrante, bella en su indignación como irritada leona, asiendo con la diestra una botella; mientras Ana, pálida de ira, se apoderaba de la cazuela en que había venido el guisado, y las restantes amazonas buscaban armamento análogo.

Cuando el viento azotaba las hojas y removía la tenue gasa azul que las envolvía, corría gozo extraño por todo su cuerpo, acometíanle locos deseos de volar por aquellas diáfanas regiones, imaginábase en medio de ellas solo, perdido, árbitro de surcar la inmensidad en todas direcciones, sentíase envuelto y acariciado por las olas sutiles del éter; la vista entonces se le ofuscaba; el vértigo se apoderaba de su cabeza.