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Después de haber dado a los Bufos Parisienses, con el seudónimo de Julio Servières, las operetas en un acto: Adelante, señores y señoras, prólogo de apertura, en colaboración con Méry; Lleno de agua; Madama Papillón; hizo representar otras obras con su nombre. Colaboró con León Battu, Héctor Cremieux y sobre todo con Enrique Meilhac.

Repentinamente, el futuro actor, que más tarde había de pasar á la posteridad bajo el seudónimo de «Lafontaine», se halló con las manos cargadas de libros soporíferos, que le hablaban de asuntos trascendentes y graves, y preso el suelto y gallardo cuerpo juvenil entre los negros pliegues de una sotana. Fué su primer disfraz.

Mucho me dieron que reír los articulitos de Porras, quien, bajo el seudónimo de «Canta Claro», hizo gala de sus saberes y dió cada felpa a los ardorosos discípulos de Allán-Kardec, que Dios tocaba a juicio.

El que ha tenido más éxito de sus libros, y, según dicen, ha contribuido más a extender y cimentar su reputación, es su novela de * que nadie ha leído todavía. Sería inútil redundancia alegar que, dados sus principios, su devoción y su ilustre apellido, la señora Vizcondesa firma sus obras con un seudónimo: es un buen recurso para asegurar aplausos.

Doña Gertrudis guardaba con gran esmero una colección lujosamente encuadernada de Judíos Errantes y solía asegurar a los amigos que si el joven que firmaba sus acrósticos con una V y tres estrellas no hubiese fallecido de una tisis galopante, sería a la fecha el poeta a la moda, y que si otro muchacho, llamado Ulpiano Menéndez, que se ocultaba bajo el seudónimo de El Moro de Venecia, no se hubiera marchado a América a hacer fortuna en el comercio, sería por lo menos tanto como Zorrilla o Espronceda.

Los guantes de cabritilla son coetáneos de la escarapela en los señores de los pescantes y el clat en los señores de los salones. Antes en Manila se conocía al dueño de un coche por su cara, hoy se le conoce por su cochero, que viene á ser el alias ó seudónimo da su amo ... ¡Manila progresa!

El nuevo nombre que yo había adoptado como seudónimo se hizo célebre, y aun ayer, usted mismo lo admiraba, joven...» Al llegar aquí, un nuevo gesto de sorpresa interrumpió el relato. ¿No es usted, pues, el duque de C...? No repuso fríamente. Por mi parte, pensé: ¡Un hombre de letras célebre!... ¿Será Marmontel? ¿Será Alembert? ¿Será Voltaire?

Don Serafín Estébanez Calderón, político y conspirador, novelista, historiador y poeta, nació en Málaga en 1799, y murió en Madrid en 1867. Hizo célebre su seudónimo El Solitario, que usó desde 1831, dejando el que hasta entonces había usado de Safinio. Por la época en que escribió tuvo sus puntas de romántico, aunque nunca lo fuera de los más convencidos.

Firmélos: «Anteo», y el seudónimo sirvió para que mis críticos extremaran la zumba. Entiendo que mi literatura poética no era inferior a la muy aplaudida de los más afamadas poetas de Villaverde, el «pomposísimo» y el Lic. Castro Pérez, quien, de tiempo en tiempo, tenía sus dares y tomares con las esquivas deidades del Parnaso.

Ya lo dijo Rafael ; ya que ha escrito una oda contra el trono bajo el seudónimo de la Tiranía. ¡Pobre tiranía! dijo el general ; de árbol caído todos hacen leña: ¡ya recibió la coz del asno!