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Coronaba el estrado un magnífico cuadro de la Dolorosa, Nuestra Señora del Recuerdo, titular del colegio, y a su derecha presidía el acto el cardenal arzobispo de Toledo, bajo riquísimo dosel, y el rector y profesores del colegio sentados en tomo.

El gobierno le llamaba para conocer sus opiniones; el rector de la primera de las universidades, que hasta entonces le había considerado como un triste catedrático de una lengua muerta y de problemática utilidad, se dignaba sonreirle, y hasta en la noche anterior, después del recibimiento del Hombre-Montaña, lo había invitado á cenar para que en presencia de su familia contase todo lo ocurrido.

El señor D. Felipe 2.º en 15 de Noviembre de 1597 mandó que de las rentas de la bailia general de Aragon se diesen cada año al rector 436 sueldos, y D. Felipe 4.º en 6 de abril de 1664, ordenó á los inquisidores del tribunal de Zaragoza, contribuyesen con 50 escudos de la renta del horno, y en abril del mismo año que de la hacienda de su real palacio le diesen todo lo que hubiese menester para el culto divino.

Su maestro venerado, el rector del seminario, al verle entregado con ardor al estudio de las matemáticas, de la física, de la filosofía, le había dado la voz de alerta. ¿Por qué estudiar tanto? ¿A qué conducía, en último resultado, la ciencia? Lo necesario para salvarse se podía aprender bien en un día, en una hora, en un minuto. Lo importante no es saber, sino orar y trabajar.

Juntamente con esto, me decía que fuese yo a ser el rector del tal colegio. Preguntéle al portador si Su Majestad le había dado para alguna ayuda de costa. Respondióme que ni por pensamiento.

Comunicó con su maestro el rector del seminario de Lancia el proyecto de la conversión y le rogó que pidiese al prelado un permiso para leer libros prohibidos. Tardó poco en mandárselo el rector, pero en la carta que lo acompañaba no aparecía muy entusiasmado con la empresa de su discípulo.

Calló el niño, y no resonó un aplauso; sólo estalló un sollozo, un inmenso sollozo que pareció salir de mil pechos por una sola boca, arrastrando los encontrados afectos de amor, ternura, vergüenza, entusiasmo, piedad y arrepentimiento, que en aquellos corazones había despertado la cándida vocecita del niño... A una señal del rector, lanzáronse todos los que en el estrado estaban en brazos de sus padres, estallando entonces una verdadera tempestad de besos, gritos, abrazos, bendiciones, llantos de alegría y gemidos de gozo.

El señor Pasta escuchó impasible al principio y, aunque estaba enterado de las gestiones de los estudiantes, se hacía el ignorante como para demostrar que nada tenía que ver con aquellas chiquilladas, pero cuando sospechó lo que de él se quería y oyó que se trataba de Vice Rector, frailes, Capitan General, proyecto, etc. su cara se oscureció poco á poco y acabó por exclamar: ¡Este es el país de los proyectos!

Despidióse Elvira de su hijo sin decir cuándo ni adónde iba, y el rector del colegio, que conocía a fondo todas las pesadumbres de la dama, quedó encargado de no permitir que el niño recibiese otra visita que la de la marquesa de Villasis durante la corta ausencia de su madre.

El Chato, el clérigo que servía de esbirro a doña Paula, tenía el vicio de ir al teatro disfrazado. Había cogido esta afición en sus tiempos de espionaje en el seminario; entonces el Rector le mandaba al paraíso para delatar a los seminaristas que allí viera; ahora el Chato iba por cuenta propia. Había estado en el teatro la noche anterior y había visto a la Regenta.