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No obstante, protegidos por el niño de la casa, compañero nuestro de colegio y de juego, nos atrevíamos á llegar cerca del leal Cerbero y hasta aproximar nuestra mano á su terrible boca, acariciándole dulcemente la cabeza. El monstruo se dignaba al fin reconocernos y meneaba su rabo con benevolencia en señal de hospitalidad.

El gobierno le llamaba para conocer sus opiniones; el rector de la primera de las universidades, que hasta entonces le había considerado como un triste catedrático de una lengua muerta y de problemática utilidad, se dignaba sonreirle, y hasta en la noche anterior, después del recibimiento del Hombre-Montaña, lo había invitado á cenar para que en presencia de su familia contase todo lo ocurrido.

Por serla grato, se extasiaba ante la menor piedrecilla, mientras que yo, de tiempo en tiempo, le lanzaba miradas terribles; pero ni se dignaba notarlas. Henos ya en la sala de los caballeros. Veamos, Reina, ¿qué dices de ella? Digo, tío, que si los caballeros estuviesen en ella, tendría algún encanto. ¿Que no lo encuentras en ella misma? De ningún modo.

Teresa miraba con su respeto de antigua criada a aquellas señoras, y sonreía con bondad estúpida cada vez que alguna de ellas se dignaba mirarla. Las dos viudas hablaban afectuosamente, y doña Manuela, a pesar de que estaba bastante bien de salud, expresábase con cierta languidez que a ella le parecía la última palabra del buen tono. Salgo poco, querida; el frío y la lluvia me matan.

No se dignaba dar consejos á su amigo sobre el juego: su pensamiento estaba puesto en cosas de mayor alcance; pero Lewis se creía más seguro cuando, al levantar sus ojos, lo encontraba leyendo en un rincón. Estando él allí, siempre ganaba, ó á lo menos no perdía. Su presencia era suficiente para conjurar el poder nefasto de los infinitos enemigos que el inglés presentía en torno de la mesa.

Pasé después por algunas calles, me detuve para comprar flores a una linda muchacha, a quien pagué con una moneda de oro; y habiendo atraído suficientemente la atención pública, hasta el punto de notar que me seguían más de quinientas personas, tomé el camino del palacio que habitaba la princesa Flavia, a quien envié a preguntar si se dignaba recibirme.

Las ideas políticas de éste, aunque muy democráticas, estaban templadas por aquella eterna y dulce y amable sonrisa de que hemos hecho mención: esta sonrisa era el mejor salvo-conducto para entrar y ser bien acogido en todos los salones de la corte: gracias a ella, D. Bernardo Rivera, que no tenía pizca de demócrata ni abolicionista, se dignaba otorgarle su amistad protectora: «Es un muchacho excelente solía decir, salvo sus ideas...; pero ya las irá modificando con el tiempoCon aquella sonrisa, beneficiada con acierto, se podía hacer una gran carrera.

El cabo Pérez no se dignaba bajar la vista hasta él, y cuando le pregunté quién sería el personaje me echó una mirada fulminante con su ojo blanquizco que brillaba bajo la visera del kepí, y me dijo: ¿Cree que yo voy a conocer eso?... ¿No ve que es un atorrante de levita?

Apenas se dignaba mirar sus ejercicios caballerescos, ni oír sus serenatas, ni sonreír agradecida a sus versos de amor. Los magníficos regalos, que cada cual le había traído de su tierra, estaban arrinconados en un zaquizamí del regio alcázar. La indiferencia de la Princesa era glacial para todos los pretendientes.

Algunos rebeldes, que no gozaban del señoril derecho de morir descabezados, fueron arrastrados por las calles, en un serón de infamia, hasta el garrote. Así quedó vengada la defensa de Antonio Pérez y roto para siempre el brío de aquel soberbio Aragón, que sólo cada tres años se dignaba arrojar en las arcas del Rey su arrogante limosna.