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¿Y si el niño estaba herido y le metieron en el hospital francés?... Yo he de averiguarlo, señora exclamé . Mañana mismo pediremos un salvoconducto para ir al campo enemigo. Me parece que allí le encontraremos. Ya sabes que te he prometido una gran recompensa. Si haces lo que dices y encuentras a mi hijo y le traes me dijo la de Rumblar la recompensa será aún mayor.

La niña le dio las gracias con una sonrisa. ¿Te encuentras bien ahora? ¡Oh, ; muy bien, muy bien! ¿Quieres dormir un poco a ver si te pasa ese malestar? No, no quiero dormir... Déjame..., no me hables..., ¡si supieras qué bien me encuentro! Ricardo sonrió satisfecho y le acarició la cara como a un niño.

¿Y si vas á la casa y encuentras á las dos señoras, y doña Salomé te dice algo que te ofenda, y te habla de mi diciendo que soy incorregible? Si me dice algo que me ofenda, me importará poco; pero si me habla de ti, pienso que será la última vez que se atreva á pronunciar tu nombre.

¡Enhorabuena! contesté yo, pero me parece que deberias mostrarte más respetuosa con esta antigüedad científica, porque has de saber que te encuentras en lo que se llama el barrio latino, un barrio muy célebre, aunque no sea sino por los muchos grandes hombres que aquí se han formado, que de aquí han salido para ilustrar al mundo, y que pisaron estas mismas piedras que pisamos nosotros en este momento.

Te ha llegado la vez. ¡Te hacías ilusiones sobre Clementina y no estabas lejos de acusarme de exageración! ¿Cómo la encuentras ahora tan deliciosa tía? Pues bien, amigo mío, ahí tienes la esposa que el difunto Guichard, ¡paz á sus cenizas! había soñado imponerme de por vida. ¿Comprendes que me haya defendido como un tigre? ¡El dichoso esposo de Clementina!

Ayer tuviste que tomar la mitad de tu género al fiado.... Además, en una semana parece que hayas vivido varios años. Pero después de la cuerda reprimenda, volvió á sonreir con su eterna sonrisa de duda. En fin, ¡si eso te divierte!... ¡Si encuentras en ello tu felicidad!... La vieja marchó apresuradamente hacia el cinema, á pesar de sus piernas entumecidas que casi se negaban á sostenerla.

Y el marido, que instintivamente intentaba repelerla, acabó por abandonarse entre aquellos brazos, repitiendo sin darse cuenta las mismas palabras cariñosas de los tiempos felices. Ante sus ojos, habituados a la oscuridad, iba marcándose con todos sus detalles el rostro de su mujer. ¡Luis, Luis mío! decía ella sonriendo en medio de las lágrimas . ¿Cómo me encuentras?

¿Te prometió casarse contigo? ¿Te engañó? No, no me engañó; no me prometió nada. ¿Sabe en qué estado te encuentras? No, no lo sabe. ¿Y por qué no se lo dijiste antes de que se marchara? Me daba vergüenza. La muchacha ocultó la cara entre las manos y comenzó a llorar en silencio. ¡Ay, ené! decía, de cuando en cuando, sofocando un suspiro. Yo la contemplaba emocionado.

Después de un rato prosiguió, sonriendo dolorosamente, con esa sonrisa de los ancianos próximos a morir: ¿Cómo me encuentras, hijo? ¿Mal, verdad? ¿Te acuerdas? ¡Antes tan fuerte, tan activa! ¡Estaba yo en todo! Ahora, aquí me tienes, como presa, como si tuviera grillos... ¡peor que si los tuviera!

Vete con esas lágrimas á onde no te conozcan; que yo ya de qué pie cojeas. ¡Hipocritona, borracha!... ¡Á ver si te levantas de ese rincón y barres la casa y das de comer á esos muchachos! ¿Qué he de darles, si no lo tengo? Bebe menos, y verás como lo encuentras. Tras estas palabras y una mirada muy significativa, pero que nada tenía de dulce, salió de la sala el Alcalde.