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Era un arma señoril: varios anillos de plata ceñían la negra vaina de cuero; la hoja tenía la marca de Hortuño; la guarnición era calada y fina, como una randa. Aquel trivial incidente vino a arrancarle de su pereza.

De esta suerte la casa señoril quedaría casi desierta y silenciosa, sin más habitantes que ella y Pepita, y muy a proposito para la solemnidad, transcendencia y no turbado sosiego que eran necesarios en la entrevista que ella tenía preparada, y de la que dependía quizás, o de seguro, el destino de dos personas de tanto valer.

Y mientras tanto, su exterior señoril iba sufriendo una transformación, que no se escapaba a los ojos de Fernando. Transcurrían meses y meses sin que algo fresco viniera a adornar su belleza, ávida en otra época de costosas novedades. Al sucederse las estaciones reaparecían los mismos vestidos del año anterior, hábilmente retocados. Su guardarropa de París podía sacarla de apuros por mucho tiempo.

Mesía estaba hermoso; se notaba mejor que nunca la esbeltez y armonía de sus formas de buen mozo elegante; en su rostro correcto los vapores de la gula no imprimían groseras tintas, sino cierta espiritualidad entre melancólica y lasciva; se veía al hombre del vicio, pero sacerdote, no víctima: dominaba él a su borrachera, morigerada, señoril, discreta.

La ropa de viaje de D. Fadrique, que estaba muy traída y con algunas manchas y desgarrones, se quedó en la posada, donde dejaron los caballos. D. Diego quiso que su hijo le acompañase en todo su esplendor. El muchacho iba contentísimo de verse tan guapo y con traje tan señoril y lujoso.

Mas, con grandes risotadas le detuvo la señoril y hambrienta turba, y alcanzándole Leopoldina Pastor por los cortos faldones de la bata, le gritaba muerta de risa: ¿Pero dónde vas, Fernandito?... ¡No te vayas, hombre!... ¡Si para sentir es menester comer!... ¡Si nosotros venimos a ayudarte!...

Con todo eso, Pereda no ha pasado la línea en materia en que tan fácil era resbalar, siguiendo las huellas de otros naturalistas; y como su franco y bien nacido ingenio no le lleva a pintar lo excepcional y monstruoso, sino a mirar con amplitud la vida, no insiste en el imperceptible punto mórbido, y logra conservar a la heroína la más arrogante y señoril castidad desde el principio hasta el fin de la obra.

Cumplido el ceremonial, Villamelón abandonó la mano de su ahijado y quedóse atrás, en actitud señoril, pero estudiada, contemplando estático las grandes narices de Carlos III, que tenía frente a frente, mirando de cuando en cuando con el rabillo del ojo a uno y otro lado, y diciendo para sus adentros: Mucho me miran... Debo de estar hermoso.

Todo esto quiso decir con los ojos; pero ella no debió de entenderlo, porque se despidió del Magistral dejándole el alma, por conducto de las pupilas, entre los pliegues amplios y rítmicos del manteo. De este se despojó don Fermín, después de acercarse a un armario y muy gravemente vistió el ajustado roquete, la señoril muceta y la capa de coro.

Representa menos de cuarenta años, es de ojillos vivos, ordinario de facciones, juntos el bigote y la perilla tan negros como el pelo, y su traje de corte es negro, con golilla blanca, severo, casi señoril. La totalidad de la figura sin accesorio alguno, hasta sin piso, destaca por obscuro sobre fondo gris: esta como en el aire y sin embargo, no puso Velázquez hombre mejor plantado.