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Pero había allí una mamá, la señora de Goyeneche, cuya hija alta, huesuda, era una notabilidad en el piano. Como es natural se la instó, se la suplicó con vehemencia para que hiciese feliz por algunos cortos instantes a la reunión.

Hasta los veintidós años había tenido la cabeza en su postura natural; pero desde esta época, en que le nombraron vicepresidente de la sección de derecho civil y canónico en la Academia de Jurisprudencia, había comenzado a levantarla lenta y majestuosamente como la luna sobre el mar en el escenario del teatro Real, esto es, a cortos e imperceptibles tironcitos de cordel.

La doncella Coimbra anuncia lo siguiente al principio: «Por esta pieza averiguaréis la causa de llamarse Coimbra esta ciudad, en donde descansan el león, la serpiente y la princesa, que lleva en su escudo desde tiempo inmemorial, y sólidas razones os convencerán á dónde voy y de qué planeta vengo; y por esta causa los mancebos hablan con tanto calor, y son tan cortos los cuellos de las doncellasetc.

Todo se perdona, hija, todo, todo dijo el enfermo con indulgencia empapada en escepticismo . Por muy grande que nos figuremos la masa de olvido derramado en la sociedad como elemento reparador, esa masa supera todavía a todos nuestros cálculos. El bien y la gratitud son limitados; siempre los encontramos cortos. El olvido es infinito.

Le ponen pantaloncitos cortos ceñidos a la rodilla, y blusa con cuello de marinero, de dril blanco como los pantalones, y medias de seda colorada, y zapatos bajos. Como lo quieren a él mucho, él quiere mucho a los demás.

Hoy, el mar ha cambiado, y ha cambiado el barco, y ha cambiado también el marino. De aquellas airosas arboladuras que tanto nos entusiasmaban, no quedan mas que esos palos cortos para sostener los vástagos de las poleas; de aquellas maniobras complicadas, nada se conserva.

Esperé un instante y le vi salir en compañía de Torres, que se hallaba extremadamente pálido. El doctor mostraba también inquietud en la fisonomía. Hablaron en voz baja cortos momentos, y que se despedía para dentro de una hora. El pobre Torres andaba tan preocupado, que ni reparó en mi presencia. Tuve que llamarle la atención.

Los padres, con el afán de asegurar cuanto antes el porvenir de sus hijos mediante una carrera, los envían a los centros de enseñanza apenas saben hablar. El estudiante-hombre de otros países, en toda la plenitud de su razón, no existe aquí. Las universidades se llenan de niños; en los institutos sólo se ven pantalones cortos.

Llevaba unos bigotes cortos, y Robledo aparecía con barba en todos sus retratos... Pero de pronto encontró en los ojos de este hombre algo que le pertenecía, por haberlo visto mucho en su juventud. Además, su alta estatura... su sonrisa... su cuerpo vigoroso... ¡Robledo! dijo al fin. Y los dos amigos se abrazaron.

Los que hayan leído El sabor de la tierruca, Don Gonzalo, De tal palo, tal astilla, y aquellos incomparables cuadros cortos de las dos series de las Escenas Montañesas, entre los cuales sobresale el no bastante conocido de La hila, aquí encontrarán, sin que el autor se repita, el mismo mundo de alegría franca, de plácida honradez, de salud rústica, con que ya están familiarizados.