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Todo esto quiso decir con los ojos; pero ella no debió de entenderlo, porque se despidió del Magistral dejándole el alma, por conducto de las pupilas, entre los pliegues amplios y rítmicos del manteo. De este se despojó don Fermín, después de acercarse a un armario y muy gravemente vistió el ajustado roquete, la señoril muceta y la capa de coro.

Llegado el momento del sermón, salió Tirso lentamente de la sacristía y, acercándose hasta el altar mayor, oró unos instantes de rodillas, sosteniendo el bonete entre las manos cruzadas sobre el pecho, que llevaba cubierto por el blanco y rizado roquete.

Pero llegaba la ronda y el racimo de pillos se deshacía, cada cual corría por su lado. La ronda la presidía el señor Magistral, de roquete y capa de coro; en las manos, cruzadas sobre el vientre, llevaba el bonete; a derecha e izquierda, como dándole guardia caminaban con paso solemne acólitos con sendas hachas de cera. La ronda daba vueltas por el trascoro, las naves y el trasaltar.

Esteban, el segundo, que tenía trece años y gozaba de cierto prestigio entre los monaguillos de la catedral por la escrupulosidad con que ayudaba las misas, asombraba a Gabriel con su sotana roja y el roquete encañonado, y le ofrecía cabos de vela y estampitas de colores sustraídas del breviario de algún canónigo.

Cuanto la licencia alargas, La obligación disimulas. Señor, en dueñas y en mulas Están bien las tocas largas. Mucha honestidad promete, 505 Y es decoro justo y santo. Una viuda con un manto Es obispo con roquete. Fuera de esto, aquel estar Siempre en una misma acción 510 No mueve la inclinación Que el traje suele obligar. Ver siempre de una manera Á una mujer es cansarse.

Dejémonos de altiveces... recuerdo que me dijísteis que érais ó habíais sido estudiante en teología... pero que os agradaba más el coleto que el roquete. ¡Ah! , señora, es verdad; soy bachiller en letras humanas, y licenciado en sagrada teología y leyes. Y bien, ¿queréis ser canónigo? dijo la dama mirando á Juan Montiño de una manera singular.

Es licenciado. ¿En qué? En teología y en derecho. ¿Está ordenado? No, señor. No conviene que sea clérigo; un mozo que da tan buenas estocadas, no debe llevar un roquete; le está mejor un oficio de alcalde; los alcaldes bravos, que tienen letras y puños, valen más que los que sólo tienen letras; le haremos alcalde de casa y corte.

Terminadas las horas canónicas, el Magistral salió, se inclinó ante el Altar, se dirigió a la sacristía, y a poco volvió a verle la Regenta, sin roquete, muceta ni capa, con manteo y el sombrero en la mano. Otra vez se miraron. Ahora sonrieron los dos. Ana se levantó cinco minutos después.

Ella se había visto con su traje de baño, sin mangas, braceando en el río, a la sombra de avellanos y nogales, y en la orilla estaba el Magistral con su roquete blanquísimo, de rodillas, pidiéndole, con las manos juntas, que no arrojase la pepita de oro. La elocuencia era aquello, hablar así, que se viera lo que se decía.

Humilló los suyos don Custodio y pasó cabizbajo, confuso, aturdido en dirección al coro. Era gruesecillo, adamado, tenía aires de comisionista francés vestido con traje talar muy pulcro y elegante. El cuerpo bien torneado se lo ceñía, debajo del manteo ampuloso, un roquete que parecía prenda mujeril, sobre la cual ostentaba la muceta ligera, de seda, propia de su beneficio.