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También estaba el Sr. de Villalonga y otro que no conozco, un tipo así... ¿cómo diré?, de estos de sombrero redondo y capa con esclavina ribeteada. Lo mismo puede pasar por un randa que por un señorito disfrazado». ¿Mujeres...? preguntó con ansiedad Barbarita.

El traje, muy sencillo, de color lila, ceñido sin pliegue a la cintura alta, oprimía algo los senos pequeños. Llevaba puesto el sombrero, cuyas alas anchas, ajustándose ligeramente bajo el mentón, envolvían toda la cabeza en una randa de pluma: el rostro fino irradiaba. Distraía los ojos, recogiendo a veces, bajo las pestañas, una larga expresión extenuada. No cesaba de sonreír.

Luego, Pepita, Carmen, Lola trabajan en esta misma entrada, durante el día, con sus bolillos, urdiendo fina randa. Las tres tienen las manos pequeñas, suaves, carnositas, con hoyuelos en los artejos, con las uñas combadas.

Y de cuando en cuando, al pasar junto a un portal, se oye el traqueteo ligero de los bolillos con que las niñas urden la fina randa. Hoy Azorín ha causado un pequeño desorden en una casa. Lo ha hecho sin querer. El iba tranquilamente por una calle cuando ha levantado la cabeza, y ha visto en un balcón a un amigo.

Era un arma señoril: varios anillos de plata ceñían la negra vaina de cuero; la hoja tenía la marca de Hortuño; la guarnición era calada y fina, como una randa. Aquel trivial incidente vino a arrancarle de su pereza.