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La paloma de la paz todavía tiene miedo. .................................................. En, la boca del monarca juguetea una sonrisa; en el hueco de su mano aún descansa la paloma blanca y mansa que ha quedado para siempre convertida en su divisa. ¿Qué derecho hay en la tierra que le quite el blanco emblema, redivivo con su aliento, escudado con su honra, en el trágico momemto en que quisieron arrancarle esa gloria de su lema?

Tratamos de averiguar la causa, y después de mil ruegos, hasta del señor Obispo que le quería mucho, pudimos arrancarle estas palabras: «Señores, tenemos comediantes en la ciudad»; palabras que hicieron en la tertulia una impresión desagradabilísima, porque faltaban diez y siete días para la cuaresma, y el pueblo, con la guerra y con las ideas locas que se iban apoderando de la gente, más que comedias necesitaba sermones.

En efecto, ¿por qué su prometida le confiaba por primera vez los quebrantos de dinero que afectaban a su padre? ¿No era aquello una maniobra hábil, a fin de prepararlo a la idea de casarse sin dote? Quizá quería enternecerlo con lágrimas, y arrancarle protestas y juramentos que lo ligaran más. ¡Las jóvenes son a veces tan astutas!

Quería arrojarse sobre Dunstan, arrancarle el látigo de la mano, darle de azotes hasta ponerlo a dos dedos de la muerte, y ningún temor corporal lo hubiera detenido, si otra suerte de miedo, alimentado por sentimientos que podían más que su ira, no hubieran dominado su voluntad. Cuando volvió a hablar fue en tono casi conciliador.

Se prometió esperar a que estuviese sola para caer en su casa, sorprenderla y arrancarle el puñal de la mano. Guardó su impaciencia durante una hora larga, sin advertirlo. Amaba a la señora Chermidy como no había amado a su mujer ni a su hija. Sentía germinar en su cerebro ideas de abnegación, de solicitud, de desinterés, de humilde esclavitud.

¿Estás llorando?... ¿Por qué? preguntó con zozobra. No lloro... no es nada contestó ella levantando hacia él sus ojos sonrientes, pero nublados por las lágrimas. Lloras, , y quiero saber por qué. Me parece que tengo derecho para ello... si es que me quieres, como dices. Todavía le costó algún trabajo arrancarle su secreto.

Se contemplaba como superior, muy superior á aquel hombre insidioso, y creía que sólo con verle el criminal conocería toda su bajeza. A veces le daban arrebatos de súbita cólera, tan fuerte y violenta, que al tener al militar ante , se lanzarla sobre él dispuesto á arrancarle por cualquier medio la vida.

Llegó á tan alto grado el encono de sus adversarios políticos, que conjurándose contra él, dominados por el criminal objeto de arrancarle el mando con la vida á un mismo tiempo, apellidándole tirano de la patria, el 25 de Setiembre atacaron de mano armada en Bogotá el palacio á la hora de la media noche, despues de asesinar á los centinelas, y lograron penetrar hasta la estancia del Libertador; afortunadamente pudo este salvarse arrojándose á la calle desde una ventana que por falta de prevision de parte de los agresores habia quedado sin custodia alguna.

Sintió una lástima inmensa por San José. «Supongamos, se decía, que él, y nadie más que él, fuera el padre de su hijo putativo; que fuese el padre..., sin perjuicio de todas las relaciones misteriosas, sublimes, extranaturales, pero no milagrosas, que podía haber entre la Divinidad y el Hijo del hombre...; supongamos esto por un momento. ¡Qué horror! ¡Arrancarle a San José la gloria..., el amor... de su hijo!... ¡Todo para la madre! ¿Y el padre? ¿Y el padre?». Pensando estos disparates, se le llenaron los ojos de lágrimas. ¿Si estaría loco efectivamente? ¡Pues no se le ocurría, cuando debía estar tan contento, echarse a llorar, lleno de una lástima infinita del patriarca San José!

Y a ratos, cuando sus manos se cansaban de acariciar las manos, los cabellos, las ropas de la muerta, se las llevaba al cuello con ademán violento, cual si quisiera estrangularse: entonces los criados, todas las personas que habían acudido, trataban de consolarle, de arrancarle a ese espectáculo cruel; pero él, con ímpetu salvaje, rechazaba a todos lejos de , extendía los brazos, se paraba, y después de recorrer con paso inseguro, cual si estuviera ebrio, el cuarto mortuorio, volvía a desplomarse junto al cadáver.