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Y torpemente, acompañando sus expresiones con muecas y arañazos en las perneras del pantalón, fué explicándose, aunque entre palabra y palabra transcurrían á veces dos minutos. Se alegraba de verla buena... (Sonrisa de Roseta y un «grasies» murmurado tenuemente.) ¿Se había divertido mucho el domingo?... (Silencio.)

Y mientras tanto, su exterior señoril iba sufriendo una transformación, que no se escapaba a los ojos de Fernando. Transcurrían meses y meses sin que algo fresco viniera a adornar su belleza, ávida en otra época de costosas novedades. Al sucederse las estaciones reaparecían los mismos vestidos del año anterior, hábilmente retocados. Su guardarropa de París podía sacarla de apuros por mucho tiempo.

Cuántas veces en los días festivos, solíamos atravesar el río Hudson e internarnos en las hermosas arboledas de las Palisades o recorríamos las avenidas del Parque Central, y allí transcurrían insensiblemente las horas, bajo la influencia de su palabra sana y amena que hacía olvidar el bullicio de la metrópoli.

Cruzaba discretos saludos con los fieles habituales, gentes del barrio procedentes de las diversas repúblicas del nuevo mundo. Le parecía estar más cerca de Dios y de los santos al oir en el atrio conversaciones en su idioma. Además, era á modo de un salón por donde transcurrían los grandes sucesos de la colonia sudamericana. Un día era una boda, con flores, orquesta y cánticos.

Algunas veces se retiraba medio ofendida por las audacias verbales de Fernando, y éste respiraba, satisfecho y contrariado al mismo tiempo. «¡Anda con Dios y no vuelvas nunca! se decía con rabia . La verdad es que no por qué pierdo el tiempo con esta mujerPero no transcurrían muchas horas sin que se reanudasen las relaciones de buena amistad.

La diferencia de temperatura del exterior al interior del coche, empañaba con un velo de tul gris la superficie del vidrio; y el viajero, cansado quizá de fundirlo con su hálito, se dedicó nuevamente a considerara la dormida, y cediendo a involuntario sentimiento, que a él mismo le parecía ridículo, a medida que transcurrían las horas perezosas de la noche, iba impacientándole más y más, hasta casi sacarle de quicio, la regalada placidez de aquel sueño insolente, y deseaba, a pesar suyo, que la viajera se despertara, siquiera fuese tan sólo por oír algo que orientase su curiosidad.

Sus ojos de un azul claro, su cabellera rubia cenicienta, su carne blanca, jugosa y de ligeros tonos amarillos semejante a la fresca pulpa de un melón, parecían valorizarse con nuevos encantos así como transcurrían los días. A cada singladura los paseantes desfilaban con más lentitud ante su sillón, echando miradas de través.

Se inclinaba hacia ella como si no la oyese bien, y Nélida, por su parte, descansó un brazo en el sillón de Fernando, gozosa de sentir su epidermis en casual contacto con una de sus manos. Hablábanse sin mirar a los que transcurrían junto a ellos, sin reparar en sus ojeadas de sorpresa y sus cuchicheos de comentario.

Y parece que son siempre los mismos, siendo en realidad siempre otros, en su constante tránsito de lo obscuro a lo obscuro. No se advertía cómo transcurrían las horas. Las botellas se vaciaban. El ruido y el calor aumentaban; la atmósfera se iba poniendo poco a poco más turbadora y excitante.

Desnoyers se dejó ver con menos frecuencia, abandonando su gloria á los profesionales. Transcurrían semanas enteras sin que las devotas pudiesen admirar de cinco á siete sus crenchas negras y sus piececitos charolados brillando bajo las luces al compás de graciosos movimientos. Margarita Laurier también huyó de estos lugares.