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Por vida de Lanfusa la discreta, Que si no se me dice quien son estos Togados de bonete y de muceta: Que con trazas y modos descompuestos Tengo de reducir á behetria, Estos tan sosegados y compuestos. Por Dios, dixo Mercurio, y á fe mia, Que no puedo decirlo, y si lo digo, Tengo de dar la culpa á tu porfia.

Según el Magistral, iba pregonando su gloria. Don Fermín no presidía este entierro como el del miércoles, pero celebraba con él su nuevo triunfo. Caminaba cerca de Ana, casi a su lado en la tila derecha, entre otros señores canónigos, con roquete, muceta y capa; empuñaba el cirio apagado, como un cetro. «

Humilló los suyos don Custodio y pasó cabizbajo, confuso, aturdido en dirección al coro. Era gruesecillo, adamado, tenía aires de comisionista francés vestido con traje talar muy pulcro y elegante. El cuerpo bien torneado se lo ceñía, debajo del manteo ampuloso, un roquete que parecía prenda mujeril, sobre la cual ostentaba la muceta ligera, de seda, propia de su beneficio.

¡Cuántas veces en el púlpito, ceñido al robusto y airoso cuerpo el roquete, cándido y rizado, bajo la señoril muceta, viendo allá abajo, en el rostro de todos los fieles la admiración y el encanto, había tenido que suspender el vuelo de su elocuencia, porque le ahogaba el placer, y le cortaba la voz en la garganta!

Terminadas las horas canónicas, el Magistral salió, se inclinó ante el Altar, se dirigió a la sacristía, y a poco volvió a verle la Regenta, sin roquete, muceta ni capa, con manteo y el sombrero en la mano. Otra vez se miraron. Ahora sonrieron los dos. Ana se levantó cinco minutos después.

El cura la admiraba tanto al oírle hablar de teología que, mentalmente, adornaba sus espaldas con la muceta y su cabeza con el bonete y la borla.

Era el papa de España y la sagrada máscara del Rey. Después de la sombría procesión, sus rojas vestiduras exaltaban el ánimo como un toque de chirimías. Salvo la morada muceta inquisitorial todo era para los ojos, desde el sombrero hasta la calza, un solo golpe de púrpura. Su ceño expresaba el rigor sacrosanto, sus ojos no pestañeaban siquiera.

Todo esto quiso decir con los ojos; pero ella no debió de entenderlo, porque se despidió del Magistral dejándole el alma, por conducto de las pupilas, entre los pliegues amplios y rítmicos del manteo. De este se despojó don Fermín, después de acercarse a un armario y muy gravemente vistió el ajustado roquete, la señoril muceta y la capa de coro.