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Muchas veces he oído decir a sujetos graves, y he leído en periódicos y en libros, que en la última guerra entre Francia y Prusia perdieron los franceses porque andaban entonces muy corrompidos y bailaban demasiado cancan; pero ¿eran acaso los prusianos algunos padres del yermo, y no gastaban del mismo baile o de otros no menos descompuestos y lascivos?

La novia del Saleri cantó, acompañada por Primo, un jaleo o canto gitano, que tampoco fue de mi gusto. El conde permanecía grave, silencioso, apurando con sosiego las cañas que le vertían, respondiendo a las preguntas con exquisita cortesía, cual si se hallase en una recepción palaciega. Su actitud, correcta, contrastaba con los modales descompuestos, rufianescos, de los amigos.

Hallándose Ester dotada de una naturaleza impetuosa y dejándose llevar de su primer impulso, había resuelto arrostrar el desprecio público, por emponzoñados que fueran sus dardos y crueles sus insultos; pero en el solemne silencio de aquella multitud había algo tan terrible, que hubiera preferido ver esos rostros rígidos y severos descompuestos por las burlas y sarcasmos de que ella hubiese sido el objeto; y si en medio de aquella muchedumbre hubiera estallado una carcajada general, en que hombres, mujeres, y hasta los niños tomaran parte, Ester les habría respondido con amarga y desdeñosa sonrisa.

Mientras tanto, el sacerdote, que había llegado con don Pablo, parecía huir también de las voces y ademanes descompuestos con que éste acompañaba sus órdenes, y agarraba suavemente al señor Fermín, ponderando el hermoso espectáculo que ofrecían las viñas. ¡Cuan grande es la providencia de Dios! ¡Y qué cosas tan hermosas crea! ¿No es cierto, buen amigo?... El capataz conocía al sacerdote.

La pregunta, aunque inocente, causa honda perturbación en el espíritu del capellán, a juzgar por la serie de muecas y ademanes descompuestos a que se entrega antes de pronunciar una palabra. ¿Quién? ¿Yo?... ¡Parece mentira que un amigo y un compañero me diga cosa semejante! Y dió la vuelta muy conmovido y se llevó el pañuelo a los ojos, de donde brotaban algunas lágrimas.

Y el pobre octogenario, con su arrugado rostro de una palidez de marfil, tembloroso y flácido, sin el bastón-muleta que le ayudaba ordinariamente en su marcha, los ojos inyectados de sangre y los ademanes descompuestos, parecía un pobre loco.

Alto, seco, musculoso, la barba y el pelo de un color negro que daba en azul; los ademanes descompuestos siempre y violentos; la voz indefinible, grave unas veces, otras, cuando se enfadaba, que era casi siempre que se ponía a hablar, chillona y aguda, de un falsete tan estridente que rompía los oídos.

Grandes fueron el pesar y la rabia de Morsamor luego que recibió tan mal recado. Con descompuestos ademanes, el entrecejo fruncido y crispados los puños, acudió Morsamor a su confidente Tiburcio para desahogarse hablando del caso. Con entrecortadas y rápidas frases refirió Morsamor a Tiburcio su conversación con Duarte de Mendaña. Luego añadió Morsamor: Ya ves cuán cruel ha sido mi desengaño.

Pepe Güeto, hijo de un rico labrador de Villafría, de edad de treinta años, era el hombre más grave, mesurado y formal que se conocía en toda la provincia. Las locuras y regocijos algo descompuestos de doña Manolita le chocaban de un modo atroz y siempre los estaba censurando.

Esto ocurrió en aquel día, cuando el Cicerón de Algeciras, volviéndose hacia arriba con ademanes descompuestos y lengua balbuciente, gritó: Ya sabemos que esa es gente pagada. Al oír esto, los denuestos, los improperios que lanzó el pueblo llenaron el ámbito de la iglesia en términos que aquello parecía una jaula de locos.