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Y mientras estos tres oradores de plazuela desfogaban su elocuencia, en medio de las risotadas del auditorio, yacía el triste animal sin movimiento, la noble cabeza cogida bajo las varas del carro, echando en cada resoplido espumarajos sanguinolentos.

Este sistema tan erróneo como extraño, y en que se confunden palabras tan diversas como sensus y consensus, está defendida con aquella elocuente exageracion que caracteriza al eminente escritor; bien que al lado de la elocuencia se echa de menos la profundidad filosófica.

Y siguió disertando sobre las ideas del día con argumentos tan fuertes y tal vehemencia de estilo, que Clara sintió picada su curiosidad; alzó los ojos y se puso á mirar con asombro la efigie porreñana, de cuya boca salía elocuencia tan terrible.

Ese cuadro que miro y que venero, ese cuadro imponente y terrible, esa elocuencia fervorosa, esa poesía adorable, esa pintura inmóvil y solemne, esa íntima voz del alma que hace latir mi pecho, es un entierro, una limosna, una caridad, unas exequias. El pintor llora sobre aquel rostro mústio, sobre aquella carne amoratada, sobre aquel corazon helado.

En vano esperaba Poldy y hasta fantaseaba el milagro de que la cigüeña hablase, pero la elocuencia de la cigüeña jamás iba más allá de los castañetazos de costumbre y de algunos roncos y desentonados silbos, que eran todo su lenguaje. Con esto nada podía ponerse en claro. La cigüeña se mostraba muy amiga y muy mansa con la joven Condesa.

Y como no se distinguía tampoco por extremado ascetismo, ni por elocuencia en el púlpito, ni por saber mucho de teología y de cánones, ni por ninguna otra cosa, pasaba sin ser notado entre los treinta y cinco o treinta y seis frailes que había en el convento. Hacía más de cuarenta años que había profesado.

Al mundo hay que tratarlo siempre con muchísimo respeto. Yo bien que lo mejor es que uno sea un santo; pero como esto es dificilillo, hay que tener formalidad y no dar nunca malos ejemplos. Fíjate bien en esto; la dignidad siempre por delante, compañera». Hablando de esto, se animaba llegando hasta la elocuencia. «Porque mira , chulita, no predico yo la hipocresía.

Si el lego hubiera sido fraile, y si su falta de conocimientos hubieran estado representados por la elocuencia, confianza y prestigio del sacerdote, es posible que las palabras no hubieran sido obras, y la acción no hubiera pasado de proyecto. El lego fué respetado, considerado y atendido por los que pedían la cabeza de los españoles, por el solo hecho de vestir un hábito y una correa.

Hablaba bajo, pero cada una de sus palabras tenía punta acerada como una saeta. El P. Jacinto conoció que había confiado por demás en su serenidad y en su elocuencia. Se hizo un lío y no supo decir nada. Se encontró tan apurado, que la vuelta de Clarita al salón le quitó un peso de encima y le dió tregua para poder replicar en momentos más propicios y después de meditarlo.

Una vez, después de muchos días que faltaba de esta casa, vino a verme y me halló sola. Al darme la mano lloré; sin hablar me inspiró el infierno una maldita elocuencia muda, y le di a entender mi dolor porque me desdeñaba, porque no me quería, porque prefería a mi amor otro amor sin mancilla. Entonces no supo él resistir a la tentación y acerco su boca a mi rostro para secar mis lágrimas.