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La confesión es una cosa admirable en misma, en tierra, por ejemplo, en una iglesia de aldea donde las vidrieras dejan penetrar un alegre rayo de sol, cuando vais a partir para una larga campaña, y vuestra abuela está allí arrodillada, llorosa, haciendo arder un cirio bendito que ha dedicado a Nuestra Señora: ¡oh! , entonces, la confesión al oído de un juicioso y virtuoso sacerdote de cabellos blancos, que, al salir del confesionario y apoyando su brazo trémulo sobre el vuestro, os dice: «Hijo mío, vamos a ver a mis ovejas que bailan bajo los sauces allá abajo, al borde del arroyo, y de pasada llevaremos una botella de buen vino al pobre viejo Juan Luis, el protestante

Madre bruja, que con la aguja que lleva en el cuerno, cose los virgos en el Infierno y los calzones de los maridos cabrones! El caballero siente que una ráfaga le arrebata de la silla, y ve desaparecer a su caballo en una carrera infernal. Mira temblar la luz del cirio sobre su puño cerrado, y advierte con espanto que sólo oprime un hueso de muerto.

Desde ahora ofrezco un cirio de dos libras á mi santo patrón. ¡Si supieras lo que es pudrirse aquí la sangre, entre cuatro paredes, para un soldado como yo! Vengan en buenhora aquellos tiempos en que teníamos franceses que matar y saetazos que dar y recibir, sin hablar de lo que siempre se gana y se divide con los amigos. Qué me place verte tan bien dispuesto, repuso Simón.

Todavía estos dos grabados siguen haciendo compañía a La Constancia, en donde está mi bisabuelo atado al palo mayor, en el momento en que prometía un cirio a la Virgen de Rota. Había también en casa de mi abuela, encerrados en marcos de caoba, unos grabados ingleses que representaban la batalla naval entre la fragata inglesa Eurotas y la francesa Clorinda, en 1814.

Las blancas haldas de los encapuchados eran ya faldas sucias, en las que se marcaban huellas nauseabundas. Ninguno conservaba enteros los guantes. Un «nazareno», con el cirio apagado y una mano en el capuchón, se arqueaba ruidosamente frente a una esquina para dar expansión a su estómago revuelto. Del brillante ejército judío no quedaban más que míseras reliquias, como si volviese de una derrota.

Tomá, Rosalindo, para que me lleves un cirio detrás del Señor. El y yo sabemos lo mucho que le debo. Todos mostraban una fe inmensa en este Cristo que había llegado al país poco después de los primeros conquistadores españoles, á través de las soledades del Pacífico, en un cajón flotante, sin vela ni remo, el cual fué á detenerse en un puerto del Perú.

A la entrada de la ciudad habia un castillo en el que se veian cinco torres, y en cada una de ellas un cirio: juntos pesaban 120 arrobas, y ardieron toda la noche en la iglesia y hasta la misa de su coronacion. Desde la puerta del Portillo hasta la iglesia, la ciudad hizo poner 4000 cirios en dos hileras, y delante del Rey iban cien hachas encendidas.

Había comenzado ya la novena. El pico de oro estaba en el púlpito diciéndola por un libro. El monaguillo le alumbraba con un trozo de cirio, porque la iglesia empezaba a quedarse oscura. Buen número de mujerucas repetían, arrodilladas sobre el pavimento de tierra apisonada, las palabras del exiguo eclesiástico, que salían arrastradas y gangosas de su boca, como es de rigor en casos tales.

Según el Magistral, iba pregonando su gloria. Don Fermín no presidía este entierro como el del miércoles, pero celebraba con él su nuevo triunfo. Caminaba cerca de Ana, casi a su lado en la tila derecha, entre otros señores canónigos, con roquete, muceta y capa; empuñaba el cirio apagado, como un cetro. «

De este modo puede suponerse que quedando el cuarto mas noble de la mezquita completamente cerrado al pueblo por ambos lados de norte y sur con las dos Maksuras, y ocupada esta seccion por los principales personages de la corte y oficiales palatinos, no sería fácil que se cometiese ninguna irreverencia en la persona del Imám ni en el venerado Mushaf cuando este era sacado ó restituido al tesoro por dos ministros y un tercero delante llevando un cirio encendido . Quedaban las dos Maksuras una enfrente de otra, y ambas á dos comprendian el mismo espacio, al menos en su longitud de oriente á poniente, puesto que interceptaban las tres naves del medio de las once que la mezquita tenia.