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Declaro que mi carácter, que no brilla por la cuerda heroica, está de acuerdo con esta moral fácil y dulce. Pero con todo, le daba por los héroes; los admiraba, los elogiaba y los amaba tanto más cuanto que indudablemente sentía que dado el caso, era incapaz de imitarlos. En cuanto a mi, yo no dividía ni sus gustos, ni sus admiraciones.

Y Rafael no murió de hambre. ¡Qué había de morir!... Su padrino le admiraba cuando le veía llegar a Marchamalo, montado en un alazán fuerte y de libras, vestido como un hacendado de la sierra, con fachenda de galán campesino, asomándole ricos pañuelos de seda por los bolsillos de la chaqueta y el escopetón siempre pendiente de la montura.

La buena señora admiraba su energía, su fuerza de voluntad, viendo en él algo de San Ignacio, que había sido militar antes que santo y guardaba bajo su sotana la audacia del hombre de guerra.

Isidro admiraba la paciencia de algunos rebuscadores, que, necesitando un tornillo o un clavo igual al que llevaban en la mano, iban toda la mañana de puesto en puesto, sin fatigarse, removiendo montones de hierro.

No había en todo el término de Jerez un valentón de fama triste que no acudiese a él atraído por su liberalidad. Los que salían de presidio no tenían que preocuparse de su suerte; don Luis era un buen amigo y además de darles dinero, les admiraba.

Pero llegó á notar este fanático personaje que el círculo de curiosos que siempre le envolvía era cada vez más estrecho; que entre los espectadores, antes mudos como estatuas, había muchos que se permitían sus apartes intencionados y con presunciones de graciosos; que los que este título llevaban entre los convecinos, á trueque de conquistarse sus carcajadas, faltaban aliquando al de Madrid, siempre digno y prudente, con una grosera impertinencia; que los chicuelos, que antes le contemplaban con la boca abierta y las manos en los bolsillos del pantalón, se le acercaban hasta tocarle con un dedo la cadena del reló, mientras á la descuidada tentaban con la otra mano el paño de su levita, cuya finura les admiraba; y, por último, que las mozas del lugar, á quienes dirigía delicadas galanterías y que al principio no se atrevían á mirarle á la cara, le volvían ya cada fresca que le dejaba helado.

Y Pepet sonreía con feroz deleite, como un pequeño salvaje que ve próxima una matanza. Admiraba a Margalida, reconociendo en ella una autoridad mayor que la del padre, por lo mismo que no estaba basada en el miedo a los golpes. Ella lo dirigía todo en la casa. La madre marchaba tras sus pasos como una doméstica, no osando hacer nada sin consultarla.

Pero... pero... balbuceaba Momoy temblando. ¡Nakú! dijo la Sensia mirando á su novio y temblando tambien al recuerdo de que había estado en la fiesta; este señorito... si llegaba á estallar... Y miraba á su novio con ojos iracundos y admiraba su valor. Si llegaba á estallar...

Doña Manolita, que era la mejor muchacha del mundo, y que amaba y admiraba a doña Luz, muy satisfecha de las confidencias que le hacía, y muy curiosa de saberlo todo, escuchaba sin pestañear, sentada enfrente de su amiga. Esta prosiguió: Mi aya era el deber personificado; pero, como el deber, sin calor, sin entusiasmo y sin afecto.

Paco admiraba en silencio la hermosura de Ana, cuya cabeza hundida en la blancura blanda de las almohadas le parecía «una joya en su estuche». Observó Visita que más que nunca se parecía entonces Ana a la Virgen de la Silla. La fiebre daba luz y lumbre a los ojos de la Regenta, y a su rostro rosas encarnadas; y en el sonreír parecía una santa.