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De esta suerte he visto en Suiza esparcirse cascadas fatigadas y perezosas, que, habiendo dado muchos rodeos, parecían rendidas de sueño, de languidez. En el grandioso cuadro de luminarias que despliega el mar en las noches borrascosas, la medusa desempeña un papel aparte.

Cristeta vaciló un punto, sin atreverse a responder categóricamente. Hasta entonces había puesto especial empeño en no afirmarlo. Tampoco en aquel instante quiso decirlo, y en vez de contestar de palabra, como si cediese a una languidez incontrastable, dejó caer el dulce peso de su cuerpo sobre el hombro de Juan, al mismo tiempo que decía: ¡Qué desgraciada soy! ¡Déjame, déjame!

Mientras hablaba y desarrollaba sus ideas, con frecuencia opuestas a las del inspector general, éste estudiaba la fisonomía de su adversario y en vano buscaba en ella semejanzas con el matrimonio Princetot. En realidad, el joven no había salido a su padre ni aun a su madre. No tenía en los ojos ni la somnolencia maliciosa del Príncipe, ni tampoco la indolente languidez de su madre.

Recobré repentinamente mi sangre fría al ver tanta doblez y respondí con calma, casi con languidez. Tengo jaqueca; mira, estoy en traje de casa. Si quieres, no saldremos para ir á comer. Tengo aquí con qué improvisar una buena comida; nos quedaremos tranquilamente al lado del fuego y me harás compañía hasta muy tarde.

Te mujer: tus ojos entornados con dulce languidez, en su cristal ardiente, retrataban tus sueños de placer; cien ofrendas de amor los hombres todos postraban á tus piés, y te seguí tenaz con la mirada, tu mirada busqué, y largos dias en delirio ardiente tu imágen recordé.

Aquel continente de matrona, aquel aire simpático, aquel rostro lleno de atractivos no eran ya sino sombra de mismos. Gordura fofa en su cuerpo, languidez en su semblante y un decaimiento general en su persona toda anunciaban que la maja no volvería a ser lo que fue.

Araceli procuró acercar su borriquito al que él montaba y no tardó en trabar animada conversación, todo lo animada que permitía la extrema languidez de tan interesante joven. Como la mayor parte de los seres débiles era Gonzalito Ruiz Díaz muy sensible al calor y al frío, lo mismo en lo físico que en lo moral. Una atención afectuosa le impresionaba y le conmovía; un pequeño desaire le martirizaba.

Debía de ser nuevo en el establecimiento. Esto, en vez de tranquilizarle, le obligó a cambiar de postura varias veces, abandonando por el momento su habitual majestad y languidez. ¿Puedes darme la navaja que han vaciado hoy? Allá va. Fernando alargó el brazo y Cosme recogió la navaja. Un vago deseo de levantarse nació en el espíritu de Pablito.

Sus nervios habían estado en tensión harto tiempo y empezaba a sentirse acometido de una languidez muy próxima al desmayo. Levantó un poco la cabeza para convencerse de que aun podía moverse y echó una mirada a Martita, que seguía en la misma actitud; pero no tardó en dejarla caer nuevamente. Parecía que le sujetaban contra su voluntad y le tenían allí reclinado, sin permitirle menear un dedo.

Mas en abierta oposición con tales apariencias la frialdad era mentira y la languidez artificio.