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Así es como la poesía, á la manera de una onda sonora, penetra en lo mas hondo de la imaginacion y de la conciencia, apoderándose al mismo tiempo de los sentidos, despertando suavemente las emociones perezosas que dormitan, haciendo sentir al hombre la unidad de su ser, formando en el fondo del alma un acorde sublime, y dominando con su canto las emociones disonantes del corazon humano.

Cuando esta historia de su tibieza y de sus cobardes y perezosas transacciones con el mundo pasaba por la memoria de Ana, con formas plásticas, teatrales gracias a la salud que volvía a rodar con la sangre , sentía la débil convaleciente remordimientos que ella se complacía en creer intensos, punzantes. «¡Oh! ¡qué diferencia entre aquel sopor moral en que vivía pocas semanas antes, y la agudeza de su conciencia ahora, allí postrada, sin poder levantar el embozo de la colcha con la mano, pero con fuerza en la voluntad para levantar el plomo del pecado, que la abrumaba con su pesadumbre!».

Mientras las razas heroicas de la América del Norte perecen de hambre y de miseria, las razas perezosas y afables de la Oceanía se consumen, con gran vergüenza de nuestros navegantes que allí, al extremo del mundo, arrojan la careta de la decencia, no conteniéndose más.

Delante fueron las Josefinas, soñolientas aún y dando bostezos, empujándose unas a otras. Seguían las Filomenas con cierto orden, las más diligentes dando prisa a las perezosas. Donde hay muchas mujeres, tiene que haber ese rumor de colegio, que se hace superior a la disciplina más severa. Entre chacota y risas se oía el rumorcillo aquel: «Mauricia... ¿no sabéis?

A sus piés arrastraba el Pasig su corriente de plata, en cuya superficie brillaban perezosas las espumas, giraban, avanzaban y retrocedían siguiendo el curso de los pequeños torbellinos. La ciudad se levantaba á la otra orilla y sus negros muros aparecían fatídicos, misteriosos, perdiendo su mezquindad á la luz de la luna que todo lo idealiza y embellece.

De todos los extremos de la vega llegaban chirridos de ruedas, canciones perezosas interrumpidas por el grito que arrea á las bestias, y de vez en cuando, como sonoro trompetazo del amanecer, rasgaba el espacio un furioso rebuzno del cuadrúpedo paria, como protesta del rudo trabajo que pesaba sobre él apenas nacido el día.

Avergonzadas de ser más perezosas que él, las dos mujeres se levantaron y corrieron a sus brazos. ¿Qué hay? preguntó Catalina. Pues nada, se han marchado; quedamos dueños del camino, como había previsto. Aquella confianza no pareció tranquilizar a la anciana labradora, que no pudo dejar de mirar a través de los cristales para ver la retirada de los alemanes hacia el fondo de Alsacia.

Es preciso pasarse la mañana, y a veces la noche, en fabricarlos, la tarde en vocearlos y venderlos. En verano, si la estación es buena y se despacha mucho y se saca pingüe jornal, también hay que estarse las horas caniculares, las horas perezosas, derritiendo el alma sobre aquel fuego, sudando el quilo, preparando provisión doble de barquillos para la venta pública y para los cafés.

Y así entró Desnoyers en la intimidad de la familia Madariaga. La esposa era una figura muda cuando el marido estaba presente. Se levantaba en plena noche para vigilar el desayuno de los peones, la distribución de la galleta, el hervor de las marmitas de café ó mate cocido. Arreaba á las criadas, parlanchinas y perezosas, que se perdían con facilidad en las arboledas próximas á la casa.

Unas se estiraban lo mismo que fieras perezosas, sin reparar en lo que dejaban al descubierto; otras apoyaban la mandíbula en las rodillas, mientras mantenían éstas entre sus brazos cruzados. El estaba en el suelo, sobre una gran bandeja de plata, en la que movía la lámpara de alcohol su penacho azul casi invisible. Julieta había hecho valientemente la presentación de la vieja á sus amigas.