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Volvió la fundadora a sermonearle, pues no se contentaba con promesas, y se despidió diciendo que si no estaban el jueves, se podía quedar con ellos. Salió el Sr. Pepe, haciendo cortesías, hasta media calle, y las dos señoras subieron despacio hacia la del Ave-María. «Bueno dijo Guillermina ; antes de separarnos, quedaremos en algo. ¿Quiere usted ir a mi casa? ¿Sabe usted dónde vivo?».

Pero, si esto es tan claro, entendido así, búsquese el sentido místico que dan al Cantar de los Cantares exegetas y teólogos y el Cantar de los Cantares habrá menester de comento, y aun con el comento nos quedaremos a oscuras, y apenas habrá quien entienda una palabra. ¿Por qué no afirmar lo mismo de la segunda parte del FAUSTO, si es lícito equiparar en algo lo sagrado con lo profano?

, es claro.... ¿Cuándo toca la catedral? ¿pasado? pues pasado iré a la capilla con el vestido que he de llevar al baile. ¿Cómo puede ser eso?... Siendo... son cosas de mujer, señor curioso. El cuerpo se separa de la falda... y como pienso ir obscura... puedo llevar el cuerpo a confesar... y veremos el cuello al levantar la mantilla. Y quedaremos satisfechos. Así lo espero.

Piensa , Pepa, que no estará muy lejos de nosotras; piensa que vendrá frecuentemente, y considera que aquí, con Castro Pérez, no hará nada. Te irás, Rodolfo, te irás, y nos quedaremos muy contentas. No hablemos más. Vístete, que como te veo te juzgo, vístete y vete a la casa de Fernández. No saldrás descontento, es una persona muy fina. ¿No es verdad, Pepa? Así lo haré, tía.

-Señor caballero -replicó el mercader-, suplico a vuestra merced, en nombre de todos estos príncipes que aquí estamos, que, porque no encarguemos nuestras conciencias confesando una cosa por nosotros jamás vista ni oída, y más siendo tan en perjuicio de las emperatrices y reinas del Alcarria y Estremadura, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora, aunque sea tamaño como un grano de trigo; que por el hilo se sacará el ovillo, y quedaremos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merced quedará contento y pagado; y aun creo que estamos ya tan de su parte que, aunque su retrato nos muestre que es tuerta de un ojo y que del otro le mana bermellón y piedra azufre, con todo eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo lo que quisiere.

Un capitán de otro país hubiese seguido adelante. Las mujeres golpeaban el suelo con el pie. ¿Cuándo entrarían en Montevideo? Tal vez pasasen la noche en el río; tal vez no llegarían a Buenos Aires en todo el día siguiente. El doctor Zurita hablaba de nieblas que habían durado tres días. Y aquí nos quedaremos, lo mismo que si estuviésemos en una isla... ¡Qué fregatina!

No, porque se han muerto; mas queda una ancha piedra sobre la qual se contó el dinero; y si gusta vuestra grandeza mandar que vayan á buscar la piedra, espero que ella dará testimonio de la verdad. Aquí nos quedarémos el hebreo y yo, hasta que llegue la piedra, que enviaré á buscar á costa de mi amo Setoc. Me place, dixo el juez; y paso á despachar otros asuntos.

Desentrañaremos esto; y tanto queremos hablar de esta materia, que no nos detendremos en enumerar lo que se ha hecho; sólo hablaremos de lo que falta por hacer. De estado. Aquí nos extenderemos sobre el statu quo y sobre el Estatuto, y nos quedaremos extendidos; ni moveremos pie ni pata. De marina. Esto es más delicado. ¿Ha de ser Fígaro el único que hable de eso?

A esto replicó el escudero: -Señor, ya que estas desgracias son de la cosecha de la caballería, dígame vuestra merced si suceden muy a menudo, o si tienen sus tiempos limitados en que acaecen; porque me parece a que a dos cosechas quedaremos inútiles para la tercera, si Dios, por su infinita misericordia, no nos socorre.

Y ahora nos hemos quedado sin escuadra, sin marinos, y nos quedaremos hasta sin modo de andar si seguimos unidos con los franceses... Quiera Dios que estos señores no nos den un mal pago. El que se ha lucido es el Sr. Villeneuve. Vamos, que también Gravina, si se hubiera opuesto a la salida de la escuadra, como opinaban Churruca y Alcalá Galiano, habría evitado este desastre que parte el corazón.