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Oigan ustedes, chicas, Judit no tiene ningún pretendiente. ¡Ya lo creo! como que su tía se opone a ello. ¡Me gusta! ¡Pues si yo tuviera una tía como esa!... Querida, haces mal en censurar a una mujer que tiene miras formales y útiles, como a nosotras nos hubiera convenido, y que, para apartar a su sobrina del peligro de las pasiones, le busca un protector.

Judith, que esta ocasion consideraba, La cabeza le corta, y con secreto Saliò con la criada que llevaba: Librando de esta suerte del aprieto A su pueblo, en que vió ella que estaba. El prémio ha recibido, mas perfecto; Y pues vemos que el prèmio ya nos llama, Dejemos de nosotras grande fama.

¡Oh, qué cosas dice usted! exclamó muy turbada . Nosotras... Usted. No; ni mi hermana tampoco. que la señora Inesita está loca por él. ¡Oh! ... ¡loca... loca!... Dios mío ya llegamos... Estoy medio muerta.

El furor de Narcisa volvió entonces a desbordarse ante la devota actitud de la muchacha, y de nuevo chilló a su madre con desatinadas veces. ¿No ves cómo se eleva? ¿No ves cómo se cree igual a nosotras? ¿Por qué le dices que es hija de tu hermano?... que estás «poseída»; que eres simple....

¡Que brillo por mi ausencia!... ¿Pero qué disparates está usted diciendo, Sr. de Ponte? O es que no entendemos nosotras, las mujeres de pueblo, esos términos tan fisnos... Ea, quédense con Dios. Yo vuelvo pronto, que tengo que dar de almorzar a la niña y a los señores gatos. Y aunque el Sr. D. Frasquito no quiera, ha de hacer aquí penitencia. Le convido yo... no, le convida la señorita.

Ya no está la Magdalena para estos tafetanes, como dijo el otro... Y ahora pienso, señoras, que a ustedes, que comercian, les conviene este libro. Ea, lo vendo, si me lo pagan bien. ¿Cuánto? Por ser para ustedes, dos reales. Es mucho dijo Cuarto e kilo, mirando las hojas del libro, que continuaba en manos de su compañera . Y ¿para qué lo queremos nosotras, si nos estorba lo negro?

Es un serafín esa mujer... Ahora cuando me pensé que estaba en el Cielo, la vi encima de una nube con un velo blanco... Estaba allí, entremedio de aquellos grandes corros de ángeles. ¿Será que se va a morir? Lo sentiré por mi niña. Pero Dios sabe más que nosotras, ¿verdad?, y lo que él hace, bien sabido se lo tiene... Pero dime, ¿te habló ella? ¿Le soltaste alguna patochada? Harías mal.

Hay cosas que nosotras no podemos decir; pero yo las digo, porque me siento destrozada interiormente. Ha llegado para el momento de dejar una ficción que me mata; yo no fingir.

Decírselo a papá, muy clarito, para que se fije en lo que de seguro no se le habrá pasado por la cabeza: que no parece natural vivir aquí no siendo nuestro hermano y siendo nosotras muchachas solteras. Ya que es un atrevimiento meterme a enmendarle la plana a papá; pero él no ha reparado en esto, ni te cree capaz de gracias como las de hoy.

En lo que era debido; en que la presidenta dijo que teníamos razón; que se dieran los auxilios, y que no se volviera a hablar de eso. La señora se fué mohina, y nosotras salimos muy contentas. Bien hecho, Angelina. Tenían ustedes razón. Ahora, vamos a otra cosa. ¿Sabe usted lo que me dijeron esta mañana, al salir de la Conferencia? Si usted no me lo dice.... Veamos, ¿quién y qué?