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No, no, voy a decir tonterías... No me llamen ustedes a su lado. respondió mi querida abuela con indulgencia. Estando prevenidas no nos asustaremos. , , vengan ustedes, señoritas insistió la Melanval, la presidenta de las presidentas... Tengo justamente una nueva obra que presentarles... ¡Ah! exclamó Francisca precipitándose de un salto a la silla que le indicaba la abuela a su lado.

Así debe ser digo yo, que, aun cuando nada me interesa la política, deseo congraciarme del todo con Petrona; así debe ser: el presidente preside al pueblo y la presidenta preside al presidente. Debía ser como las monarquías agrega la de Esquilón; que no hay rey sin reina. Yo hablaba mucho de esto con la infanta Isabel cuando el Centenario. Nos hicimos lo más amigas.

Dada la señal por la presidenta, que era una señora guapetona, muy rumbosa y muy dadivosa, aparecieron en el redondel las tres cuadrillas al son de una marcha española tocada por la banda de un batallón: cada cuadrilla se componía del espada, tres banderilleros y los correspondientes monos sabios: estaban suprimidas las picas.

LA GENERALA. Una vieja pava blasonada, amiga de la condesa de los Charmes, a la que han nombrado presidenta, mientras que la condesa, que ha prestado su palacio, y yo, que he obtenido el apoyo del Gobierno militar, no somos mas que vicepresidentas... ¡Y pensar que sin no hubiéramos tenido un solo herido...! SITA. ¿De veras...?

Cristo tendido en su lecho, bajo cristales, su Madre de negro, atravesada por siete espadas, que venía detrás, no merecían la atención del pueblo devoto; se esperaba a la Regenta, se la devoraba con los ojos.... En frente del Casino, en los balcones de la Real Audiencia, otro palacio churrigueresco de piedra obscura, estaban, detrás de colgaduras carmesí y oro, la gobernadora civil, la militar, la presidenta, la Marquesa, Visitación, Obdulia, las del barón y otras muchas damas de la llamada aristocracia por la humilde y envidiosa clase media.

El marquesito alguacil recogió la llave que la presidenta le arrojó, y fue haciendo corvetas a entregársela al encargado de abrir el toril, cargo que, por cierto, se habían disputado un vizconde y el hijo del presidente del Tribunal Supremo. Sonó el clarín y saltó al redondel un torete negro, con bragas, de bonita lámina.

Llegaron después la señorita Fontane, encantadora solterona por convicción; la señorita Melanval, presidenta de no cuántas asociaciones y ligas, y cuya única ocupación consiste en apuntar en una cartera los nombres de las nuevas adherentes a sus queridas obras; la señora Roubinet, de buena conversación, muy farsante y demasiado ocupada en procurar su efecto personal para pensar mucho en los demás, con lo que va ganando una sólida reputación de benevolencia que nadie piensa en discutir.

De lo que ella gustaba, era de reunir en torno suyo lo más selecto de los caballeros, y lo había conseguido. Sus salones parecían un club, que tenía a una mujer por presidenta, o regio alcázar donde figuraba ella como reina en día de besamanos.

Para nosotras, para las señoras salta la de Esquilón la política está aburridísima en estos momentos que, según dicen, son históricos. Yo no qué falta, pero algo falta. Falta la presidenta dice Petrona. elemento necesario, imprescindible, de toda presidencia completa. ¡Cierto, Petrona! exclama la joven viuda, dándose una palmadita en la tersa frente; ahora caigo.

La marquesa sacó un gran pliego y comenzó a leer esforzando la voz un poco: Presidenta: excelentísima señora marquesa, viuda de Villasis.