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Escándalo en un cinema dijo, al mismo tiempo que leía ; insultos á la autoridad; atentado de hecho contra un agente.... ¿Qué tiene usted que alegar? La vieja, que había permanecido hasta entonces mirando fijamente al comisario y á su subordinado tal vez sin verlos, hizo un movimiento de sorpresa, lo mismo que si despertase. Yo, señor comisario, vendo hortalizas por las mañanas en la rue Lepic.

Prædictam siquidem medietatem aquæ prædictæ ad dictos pupillos spectantem, et spectare debentem; vobis domino Regiet vestris vendo cum omni jure et dominio, quod dicti pupilli habebat et habere debebat tempore mortis suæ, francham, liberam, salvam, securam et quietam ab omni tributo censu, obligatione, et alienatione, sive mala voce et contradictione cujusque, cum omnibus juribus et pertinentiis ad medietatem prædictam aquæ prædictæ spectantibus et spectare debentibus quoquomodo.

Es su ahijado, su ahijado se apresuró a declarar Julián, que desearía ponerle al chico un tapón en aquella boca risueña, de carnosos labios cupidinescos. No pudiendo hacerlo intentó sacar la conversación de terreno tan peligroso. ¿Para qué querías los huevos? Dilo y te doy otros dos cuartos, anda. Los vendo declaró Perucho concisamente. Con que los vendes, ¿eh?

Este antojo es quien vivifica la industria, y mantiene el fino gusto, la circulacion y la abundancia. A las naciones comarcanas les vendo mucho mas caras que á vos esas mismas frioleras, y de este modo sirvo con provecho al imperio. Paróse Babuco pensativo un, rato, y le borró luego de su libro.

Muchas mugeres he cogido en mis correrías, pero á ninguna conservo; quando son bonitas, las vendo caras, sin informarme de lo que son, porque nadie compra la dignidad, y para una reyna fea no se encuentra despacho. Posible es que haya yo vendido á la reyna Astarte, y posible es que haya muerto; poco me importa, y me parece que tampoco debe de importaros mucho á vos.

Todas lanzan este grito de angustia: «¡Prolóngueme..., devuélvame mi rostro de hace diez años...! ¡Ayúdeme a ser amada...! Mi corazón ha permanecido joven; pero mi cuerpo se aniquila. ¡Dicen que posee usted secretos maravillosos...! ¡Véndamelos...! ¡Pagaré todo lo que sea preciso...» Y yo vendo esperanzas e ilusiones en frascos, en cajitas y en barras. ¡Se lo llevan como pan bendito...!

Despues cuando ya Febo caminando Volvia con sus carros presuroso, Los campos con sus rayos matizando De rojo, verde, y blanco luminoso, Llegaron los Timbues pregonando, "Comprad de mi, que vendo mas gracioso." Y tanto regatean, que en Sevilla Podrian imprimir nueva cartilla.

No puedo decirle ahora, D. Ceferino, de qué está hecho; pero no tardará usted en saberlo... Dentro de pocos días empezará a construirse el modelo en París... Ya verá usted, ya verá adónde llega mi nombre... Por supuesto que si Bismarck supiese lo que tiene encima, ya estaría ofreciéndome el dinero que quisiera... Pero yo no le vendo el secreto así me entierre en oro, ¿está usted?... Aunque sea de balde se lo doy yo al francés primero que al pruso... Cada hombre tiene su simpatía, ¡vamos!... Usted tiene más aquel por una persona, y le da la sangre del brazo, y a otro ni el agua...

A veces, alguna viguita sin dueño... ¡Vendo por vigas!... Tres vigas aserradas. Yo mando carreta. ¿Conviene? Candiyú se reía. No tengo ahora. Y esa... maquinaria, tiene mucha delicadeza? No; botón acá, y botón acá... yo enseño. ¿Cuándo tiene madera? Alguna creciente... Ahora debe venir una. ¿Y qué palo querés usted? Palo rosa. ¿Conviene?

El oro hace una cabriola y del 40 baja al 35, de éste al 29 y luego al 28; los pechos respiran con más facilidad... ¡cinco puntos de golpe! esto animará quizá a las cédulas, y las acciones saldrán de su postración. Pero ellas no se mueven, y el oro, de repente, salta del 28 al 42, en medio de la gritería del público desengañado. ¡Oro 342! ¡Compro! ¡Vendo!