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Te la mandé ayer con el mozo que fué, a llamarte.... Tiene usted razón. Me levanté y fui en busca de la carta. La tenía yo en el bolsillo de la blusa. «Rodolfo: «Perdóname si esta carta te llena de amargura. Bien que me amas, y comprendo que mis palabras van a lastimarte el corazón; pero algún día, cuando seas feliz, porque hoy no lo eres, me agradecerás lo que ahora ha de causarte tanta pena.

Seguí silencioso a su lado hasta que, cerca ya de Tarlein y habiendo anochecido, dejó Sarto que nos adelantásemos un tanto, quedándose él atrás para impedir todo súbito ataque de nuestros enemigos. Entonces Flavia me dijo con su voz dulcísima: Sonríete, Rodolfo, si no quieres verme llorar. ¿Estás enojado? ¡Oh, no! La culpa la tiene ese malvado Henzar.

Entonces le contó a mi tía, muy en secreto, que la «muñeca» quería dejar el mundo y hacerse hermana de la Caridad. El santo sacerdote estaba muy triste. Todos temíamos que aquel monjío le costara la vida. ¡Hágase la voluntad de Dios! exclamaba. Yo me había soñado que Linilla y Rodolfo.... Pero, en fin.... ¡Vaya con la «muñeca»! ¡Dios me la trajo y Dios se la lleva!

El otro día se lo dije a Pepa: ¡para Rodolfo, solamente Gabrielita! No temas, no temas; yo lo que te digo. Ya sabes que para esas cosas tengo yo buenos ojos.

Te he olvidado un instante, ¡pero un instante nada más! ¡Por piedad! ¡No me niegues tu cariño!... ¡Mira que sólo vivo para , para , Linilla mía! No paré mientes en la música. Cuando dejó de sonar el piano advertí que Gabriela estaba cerca de . ¡Qué de noticias interesantes traerán los periódicos, Rodolfo, cuando abismado en la lectura no ha oído usted la sonata aquella...!

Pero usted, Tarlein, ¿cree usted que el Duque no tiene ya elegido candidato al trono, el candidato de la mitad de los habitantes de Estrelsau? Tan cierto como hay Dios, Rodolfo pierde la corona si no se presenta hoy en la capital. Cuidado que yo conozco a Miguel el Negro. ¿No podríamos llevarlo nosotros mismos a la ciudad? pregunté. Bonita figura haría dijo Sarto con profundo desprecio.

Además, pensé que el puesto ofrecido no dejaría de proporcionarme grata oportunidad de divertirme y pasarlo divinamente, y por lo tanto repliqué: Mi querida hermana, si dentro de seis meses no se presenta algún obstáculo imprevisto y Sir Jacobo no se opone, que me cuelguen si no me agrego a su embajada. ¡Qué bueno eres, Rodolfo! ¡Cuánto me alegro! ¿Y adónde va destinado el futuro embajador?

Aun conservo las cartas de Linilla. El P. Herrera nunca me dio las mías. ¡Para qué! pensaría. ¡Cosas de muchachos! Angelina profesó en México dos años después. Cuando las Hermanas fueron expulsadas pasó a París, y de allí la mandaron a Cochinchina. En París la vieron los señores Fernández. ¡Si usted la viera, Rodolfo! me decía la señora. ¡Lindísima! Parece una santa.

Su cadáver es llevado á la presencia de Rodolfo; viene también Ethelfrida; ensalza el heroismo de su esposo, cuya muerte prefiere á una vida deshonrosa, y se aleja de allí para morir; el Emperador, sin embargo, ordena que se tributen los bélicos honores á su enemigo difunto.

Las pobrecillas siempre afligidas y achacosas.... A toda hora pensando en el sobrinito, en el sobrinito mimado. ¡Quiérelas mucho, Rodolfo! Por ... ¡hacen milagros!... Pero, ¡qué tengo que decirte, cuando eres tan bueno y tan noblote! ¡Pasa, muchachito, pasa! Decía esto acariciándose e impulsándome hacia adelante, entre la doble hilera de bancas.