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Todas aceptamos; pero entonces esa señora dijo que no; que no era justo quitar a verdaderos necesitados, auxilios y socorros que no abundan, para darlos a unas muchachas muy emperifolladas y que tienen novio. La verdad es que.... No, Rodolfo, qué verdad, ni qué verdad! No es cierto que esas infelices anden emperifolladas.

José puso apresuradamente sobre la mesa numerosas botellas. ¡Acuérdese Vuestra Majestad de la ceremonia de mañana! dijo Tarlein. ¡Eso es, mañana! repitió el viejo Sarto. El Rey vació una copa a la salud de «su primo Rodolfocomo tenía la bondad de llamarme, y yo apuré otra en honor «del color de los Elsbergbrindis que le hizo reír mucho.

Lo puse en manos de Rosa y le pregunté: Por si no has visto el retrato de Rodolfo V, ahí lo tienes. ¿Crees todavía que nadie se acordará de aquella vieja historia si me presento en la Corte de Ruritania? Mi cuñada miró el retrato y después a . ¡Cielo santo! exclamó arrojando la fotografía sobre la mesa. ¿Y qué dices, Roberto? pregunté.

Conmovedoras y humildosas vidas grises a las que una fiera sátira sin corazón ha llamado cursis, y que, al invocar a Rodolfo los violines, ellas también le invocan con toda la ternura de su alma, y la figura del galán tiene en su fantasía todos los áureos prestigios de un príncipe milagroso de leyenda.

Como el Rodolfo de mi novela, gran lector de libros románticos, eran todos mis compañeros de mocedad, te lo aseguro a fe de caballero, y ni más ni menos que como Villaverde algunas ciudades de cuyo nombre no quiero acordarme. Ruégote por tu vida, amigo lector, que no te metas en honduras, que no te empeñes en averiguar dónde está Villaverde, cuna de mi protagonista.

Cuanto a Rodolfo, regresó a Ruritania, se casó y subió al trono, que sus sucesores han ocupado hasta el momento en que escribo, con excepción de un breve intervalo.

«Te quiero con toda el alma, Rodolfo mío; no vivo más que para , y me duele mucho que me digas esas cosas tan tristes. ¿A qué hablar de la muerte cuando somos tan dichosos? dices que la muerte debe ser deseada en los momentos de felicidad, y entonces más que en las horas de dolor. ¿Dónde has aprendido eso? Dime: ¿dónde? Tienes unas cosas muy raras.

Rodolfo mío: es preciso que cambies de modo de pensar; que apartes de esas ideas tan raras y tan negras, y que ames la vida; que la ames como yo la amo, como un don del cielo. ¿Dices que la vida no es más que dolor? No es cierto.

Aunque pareciese debilidad por mi parte, no podía decir cosa, alguna que despertase sus sospechas. Te enviaré mi corazón todos los días respondí. ¿Y no correrás peligro? Ninguno que pueda yo evitar. ¿Cuándo volverás? ¡Oh, qué largos me parecerán ahora los días! ¿Que cuándo volveré? repetí. No lo , no puedo saberlo. ¿Pronto, Rodolfo, pronto? Sólo Dios lo sabe. Pero si no volviese, amada mía...