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Actualizado: 10 de julio de 2025


Porque la carne perfumada y blanca, entre las sedas, el oropel y tanta bella mentira, tiene un magnetismo irresistible. Esta orquesta femenina a veces ejecuta cosas agradables; otras, adula al público tocando lo que está al alcance de su menguada cultura artística. Tal vez los violines cantan la frase de tanto éxito de El anillo de hierro: «Ven, Rodolfo, ven, por Dios

Y estrechando su mano volví a preguntarle: ¿pero si no fuese Rey? Basta murmuró. No merezco que dudes de de esa manera. ¡Ah, Rodolfo! ¿Acaso una mujer que va a casarse sin sentir amor podría mirarte como te miro yo? Después inclinó el rostro, procurando ocultarlo.

Tomaba yo el último sorbo de mi taza de café cuando se oyeron los alegres tañidos de las campanas en toda la ciudad, y poco después llegaron a mis oídos los acordes de una banda de música y las primeras aclamaciones de la multitud. ¡El rey Rodolfo V se hallaba en su leal ciudad de Estrelsau! ¡Viva el Rey! gritaba el pueblo fuera de la estación. ¡Dios proteja a nuestro Soberano!

Me cogió el aguacero al pasar por la garita. ¡Qué aguacero! ¡Qué Dios lo mandaba! ¡El primero del año! ¡Vaya! ¡Y ya lo necesitaban las tierras, que la seca ha sido buena, los pastos estaban amarillos, amarillos! ¡Se ha muerto más ganado! Me voy, don Rodolfo, que estoy chorreando agua, y tengo que desensillar....

Siempre le vimos como pariente nuestro, como individuo de la familia, igual a , igual a mis tías; pero el honrado viejo nunca quiso aceptar tales distinciones; nunca accedió a nivelarse con aquellos que consideraba sus amos. ¡Aquí estoy bien, Rodolfo! me contestaba, aquí estoy bien. Y sin sentirse humillado, sin desdeñar lo que tanto merecía, se quedaba en el sitio acostumbrado.

, últimamente. Antes... antes no era así. El orgullo del triunfo embargó mi ánimo. ¡Era yo, Rodolfo Raséndil, quien la había conquistado! ¿No me amabas antes? pregunté rodeándole el talle con mi brazo. Me miró sonriente y dijo: ¿Será tu corona? Este nuevo sentimiento se me despertó en el día de la coronación. ¿No antes? le pregunté ansioso.

El documento tiene que firmarlo usted. Querido coronel, no he nacido para falsificador. Sarto sacó un papel del bolsillo. Aquí está la firma del Rey dijo. Y aquí tengo un pliego de papel de calco. Si en diez minutos no consigue usted escribir «Rodolfo» de una manera presentable, lo escribiré yo. Pues escríbalo usted desde luego dije, que mi habilidad no llega a tanto.

Es decir que el caballero Dechard está en el secreto pensé. Una vez libre de mi querido hermano y sus amigos, me volví para despedirme de mi prima. Estaba esperándome en la puerta que separa ambas habitaciones, y al tomar yo su mano me dijo muy quedo: prudente, Rodolfo. Tén cuidado... ¿De qué? Bien lo sabes; no puedo decirlo ahora. Pero piensa en lo que vale y significa tu vida para...

Tiene prometida una embajada para dentro de seis meses, y Roberto está seguro de que te ofrecerá el puesto de agregado. Acéptalo, Rodolfo, aunque sólo sea por complacerme. Puesta la cuestión en este terreno y con mi cuñadita frunciendo las cejas y dirigiéndome una de sus más irresistibles miradas, no le quedaba a un tunante como yo más remedio que ceder, compungido y pesaroso.

Permaneció algunos meses en Inglaterra, donde fue objeto del recibimiento más cortés; pero su salida del país dio algo que hablar. Resultado de aquel duelo fue una grave herida que recibió el príncipe Rodolfo, y apenas curado de ella lo sacó ocultamente del país el embajador de Ruritania, a quien dio no poco que hacer aquella aventura de su Príncipe.

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