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Actualizado: 10 de julio de 2025


Programa: cena a las ocho de la noche; después acostaremos al niño, y luego: ¡a la misa del gallo! La madrina será.... ¿Quién? preguntó Andrés. ¿Gentes de fuera? ¡No, no, que todo quede en casa! Pero, en fin, que Rodolfo decida.... Gente de la casa, contesté como quiere Andrés; pero, de cualquiera manera, vendrá mi maestro.

Pero aquel secreto no me pertenecía y no podía revelárselo. Pues yo dije resueltamente, creo que la cara del retrato se me parece más que la otra. Pero de todos modos, Roberto, no iré a Estrelsau. No, Rodolfo, no vayas a Estrelsau dijo mi hermano. Y no si sospecha algo, o si ha llegado a descubrir una parte de la verdad.

Entonces me asaltó el triste y tardío deseo de poseer algún recuerdo suyo, un bucle, un lazo que conservase su melancólica fragancia peculiar. Lo hubiera guardado con la misma unción amorosa y sagrada con que Rodolfo besaba el gorrito blanco de Mimí. Porque la pobre muerta era un jirón de mi juventud que se iba para siempre.

La conversación acerca de Linilla había sido, a mi ver, como una prueba de fidelidad, como una manifestación pública de mi amor. Linilla estaría contenta; el corazón le diría que su Rodolfo no amaba a otra; que su Rodolfo vivía sólo para ella; que su Rodolfo es incapaz de olvidarla.

Me dolía el corazón... Sentí que me tocaban en el hombro, y que me decían quedito, muy quedito: ¡Rodolfo!... ¡Rodolfo! Era Linilla. Ya todos se han recogido, murmuró y he venido a decirte adiós, porque no quiero verte mañana. ¿No quieres verme? ¡No; me sería imposible salir de aquí!... ¡No podría contener mis lágrimas!

Al concluir el alegre desayuno, cuando me levantaba yo ahito de pasteles, mi tía Pepa, entre afable y severa, me detuvo diciendo: Te falta una cosa, Rodolfo.... ¿Qué cosa, tía? ¡Dar gracias, Rorró!... Me hicieron rezar el Padre nuestro, el Ave María, la oración de San Luisito, y un requiem, y otro, y otro más, por el abuelito, por la abuelita y por mis padres.

Se detuvo, y aproximándose otra vez a murmuró dulcemente: ¡Vuelve pronto, Rodolfo! Su voz, su acento, me dominaron. ¡Juro exclame, verte una vez más, pero yo mismo, antes de morir! ¿ mismo? ¿Qué quieres decir? preguntó fijando en mi sus asombrados ojos. No me atreví a pedirle perdón; le hubiera parecido un insulto. No podía decirle entonces quién era yo.

¡Santo Cielo! añadí yo. Entonces, siquiera podríamos olvidarlo continuó Rosa. A duras penas, mientras ande Rodolfo por aquí observó mi hermano. ¿Y por qué olvidarlo? pregunté yo. ¡Rodolfo! exclamó mi cuñada ruborizándose y más bonita que nunca. Me eché a reír y volví a mi almuerzo. Por lo pronto me había librado de seguir discutiendo la cuestión de lo que yo debería hacer o emprender.

Y sin duda, hubiera yo dedicado mayor atención a este tema, si no la hubiese embargado casi por completo aquella voz que parecía salir de las torres de Zenda, visibles todavía en lontananza; aquel grito de amor de una mujer, que llegaba a mis oídos, que penetraba hasta mi corazón y que decía: «¡Rodolfo! ¡Rodolfo! ¡Rodolfo!» ¡Todavía me parecía oírlo!

Vese en el fondo la tienda del Emperador, cerrada por todas partes, y delante de ella grupos de guerreros imperiales y bohemios, que, juntos ya, se confunden unos con otros; de repente cae la cortina de la tienda, y aparece Rodolfo con todas las insignias de su cargo, teniendo en sus manos el cetro y la esfera imperial, y á sus pies, y de rodillas, al humillado Ottokar; éste se levanta entonces colérico, y acusa al Emperador de haber quebrantado su palabra; pero Rodolfo le contesta que su homenaje y perdón, con arreglo á su promesa, sería sólo sin testigos, pero que después era justo, en castigo de su delito, humillar al vasallo rebelde por haber osado levantarse contra su legítimo soberano.

Palabra del Dia

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