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Actualizado: 10 de julio de 2025


Se engaña usted, Rodolfo. Angelina es dueña de ese corazón. Lo , no me cabe duda... mi perspicacia de mujer supo descubrirlo ha tiempo. El nombre de Angelina suena en los oídos de usted como celeste melodía. ¡Ya usted lo ! Me estoy volviendo poetisa.... Ustedes se aman. ¿Nada le ha dicho usted? Algún día le confesará usted que la ama.

Yo no pude contenerme y corrí a la reja.... Usted siguió su camino.. Desde ese día me simpatizó usted. Pregunté: ¿quién es ese joven? Y Angelina me dijo: se llama Rodolfo.... ¿Si supiera usted lo que pensé? ¿Sabe usted qué? ¿A que no adivina? Que Linilla estaba enamorada...¡Bonita pareja! pensé. Ahora, estoy segura de que usted también está enamorado.

Tampoco lo olvido yo dijo el coronel fumando gravemente, pero siempre habrá tiempo de pensar en ello mañana. ¡Ah, viejo Sarto! exclamó el Rey. ¡Bien dicho! Cada cosa a su tiempo. Andando, señor Raséndil. Y a propósito, ¿qué nombre le han puesto a usted? El mismo de Vuestra Majestad contesté inclinándome. ¡Bravo! Eso prueba que no se avergüenzan de nosotros repuso riéndose. ¡Vamos, primo Rodolfo.

La otra tarde me dijo: «¡Ay, Pepa! ¡A la única muchacha que me gusta para Rodolfo es Gabrielita! ¡Qué bonita pareja harían los dosEl rostro de la joven se entristeció de súbito, como esos manantiales de agua purísima cuando pasajera nube les roba por un instante los rayos del sol. Angelina se mostró conmigo muy reservada y desdeñosa.

Vea usted, señorita: si Ricardo está creyendo que yo pretendo a Gabriela, es porque alguno le ha engañado.... ¡Alguno que ha querido burlarse de nosotros...! Luisa nos escuchaba atentamente, jugaba con el abanico, y sonreía al oirme. Teresa se quedó un instante pensativa. Oiga usted, Rodolfo: ¿me quiere usted hacer un favor? Veamos, ¿cuál?... ¿Tiene usted amores con esa señorita? No. ¿De veras?

, iré, es natural... tiene usted razón. Pero no veré a Ricardo.... ¿Por qué, Rodolfo? Te quiere mucho... desde niños fueron amiguitos. Si vieras... cuando estabas en el colegio, siempre que venía a vacaciones, o de paseo, no dejaba de visitarnos. Y nos decía: «Doña Pepita: yo quiero mucho a Rorró, mucho; somos muy buenos amigos; siempre andamos juntos. ¿Necesita algo?

Escuché como en sueños cuanto decían, pero aquella dulce voz «¡Rodolfo! ¡Rodolfo! ¡Rodolforesonaba todavía en mis oídos, como un grito de amor y desesperación. Comprendieron por fin que mi pensamiento estaba lejos de allí y nos paseamos en silencio, hasta que Federico tocó mi brazo y vi a gran distancia el azulado humo de la locomotora. Entonces les tendí las manos.

El noble salió ileso, pero en la mañana misma del duelo, que fue por demás húmeda y fría, contrajo una dolencia que acabó con él a los seis meses de la partida de Rodolfo. Dos meses después dio a luz su esposa un niño que heredó el título y la fortuna de Burlesdón.

Dejóme oír su argentina risa y contestó: Hablas como si desearas oírme repetir que no te amaba cuando no eras Rey. Pero ¿es eso cierto? murmuró casi imperceptiblemente. Pero tén cuidado, Rodolfo, prudente. Mira que ahora estará furioso. ¿Quién? ¿Miguel? ¡Oh, si no fuera más que eso! ¿Qué quieres decir, Rodolfo? Aquella era la última oportunidad que podía ofrecérseme.

La anciana se volvió a dormir, y entonces siguió la interrumpida conversación, e interrumpida de tal modo que nos dejó turbados, como si fuéramos dos amantes sorprendidos en furtivo coloquio. Usted dirá lo que quiera, Rodolfo. ¡Buenos son los hombres para eso! No me doy por engañada. ¡El tiempo lo dirá! Le juro a usted que hasta hoy supe su nombre.

Palabra del Dia

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