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Actualizado: 10 de octubre de 2025
No me envanezco de aquel combate. Creo que mi enemigo hubiera acabado conmigo y asesinado después al Rey, porque era el duelista más hábil que he conocido; pero cuando me veía en mayor aprieto, se incorporó el Rey de un salto, cadavérico y fuera de sí, gritando: ¡Es mi primo Rodolfo! ¡Mi primo Rodolfo! ¡Yo te ayudaré, primo!
Sí, ya sé que Ricardo está enamorado de Gabriela, lo sé; y sé también que por eso no habla con usted, ni le busca como antes. ¡Antes tan amigos! ¡Ahora enemigos a muerte! ¿Enemigos? ¿Quién ha dicho eso? Sí, se pasan pero no se tragan.... Pero esté usted tranquilo, Rodolfo; Ricardo no es temible... ¡no es temible!
Después... no pude, no me atreví a correr el riesgo de perderte antes... ¡antes de que llegase el momento en que por fuerza había de perderte! Adorada mía, ¿sabes que por ti pensé dejar al Rey abandonado a su suerte? ¡Lo sé, lo sé! Y ahora...¿qué vamos a hacer ahora, Rodolfo? La atraje hacia mí, y abrazándola la dije: Voy a partir esta noche! ¡Ah, no, no! exclamó. ¡No esta noche!
En la duda, preferí guardar silencio, hasta que algo más tranquila la Princesa, me dijo: ¿Sabes Rodolfo, que te encuentro hoy algo cambiado? No era extraño, pero la pregunta era algo inquietante. Me pareces continuó más grave y serio, hasta pensativo, y casi estoy por decir también que más delgado. ¿Será posible que tú, con tu carácter, hayas empezado a tomar la vida en serio?
Entonces empezó la murmuración y el hacer trizas a las pobres muchachas. Ricardo dejó el periódico y salió a la puerta para ver a las señoritas. Las chicas se detuvieron un instante, saludaron, y la rubia exclamó, dirigiéndose a mí: ¡Rodolfo! Me despedí del grupo, y acudí al llamado de la señorita.
¿De qué hablaban, Rorró? Angelina se apresuró a responder: De que Rodolfo se ha estado un siglo para separar esos pétalos. Y diga usted también que decía que estoy prendado de la señorita Fernández. ¡Qué es eso, Rorró! exclamó mi tía. Señora, eso cuentan por ahí.... ¿Usted lo cree, tía? No, muchacho; ni sería de mi agrado. A Carmen sí que le gustaría.
El día que muera el P. Herrera la hermosa Linilla se quedará sola en el mundo, y se quedará en la miseria.... ¡Qué de amarguras se le esperan! Aun no te había visto y ya te amaba; ¡viniste y desde que tú llegaste fué dichosa! Gabriela es buena, pero Angelina es un ángel. Rodolfo ¡eres un loco! El corazón de la huérfana es un manantial inagotable de ternura.
No quiero hablar, me dijo tristemente, no quiero hablar; ¿no lee usted en mis ojos más de lo que mis labios pudieran decirle? ¡A qué negar lo que ya sabe usted! ¡A qué ocultar, Rodolfo, que hace mucho tiempo que le amo! ¡A qué negar lo que mis ojos le han dicho tantas veces! Apartó los ramilletes que tenía delante, y ocultó el rostro entre las manos.
Porque, dime, ¿qué necesidad tenías tú de convertirte en enfermera para cuidar de esta vieja achacosa? No, ya se lo dije al señor Cura, que cuando vuelvan a Villaverde vengan a esta casa, a esta pobre casa que es suya. Nosotras te queremos mucho, y Rodolfo lo mismo, me lo ha dicho muchas veces te quiere como a una hermana. Y cuando llegó la hora de recogerse le dijo: ¿Cerraste ya los baúles? ¿No?
Pues deseo que la conserves siempre, para que si un día te casas y tienes hijos se la des al que tú prefieras. ¿Harás lo que te pido? Sí; porque con eso me darás una prueba de que mi memoria es dulce para tí. «¿Verdad, Rodolfo, que no me guardarás rencor? Eres muy bueno, y me perdonarás. «No me escribas. ¿Para qué?
Palabra del Dia
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