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Actualizado: 21 de junio de 2025


¿Qué otra cosa puede esperarse de gaznápiros como Dechard y De Gautet? ¡Ojalá hubiera estado yo allí! ¿Y el Duque se mezcla en el asunto? No es eso precisamente. Quien quiere mezclarse soy yo. ¿Y ella prefiere al Duque? ¡, la tonta! Pues bien, ya conoce usted mi plan, y piénselo dijo; e inclinándose, espoleó su caballo y partió en seguimiento del fúnebre cortejo.

La lucha fue silenciosa, encarnizada, mortal. De sus peripecias conservo escaso recuerdo, pero que Dechard manejaba la espada tan bien como yo; mejor aún, porque conocía más tretas y golpes secretos, que le permitieron acosarme y hacerme retroceder hasta la reja que guardaba la entrada de la «Escala de JacobApareció en sus labios una sonrisa y su espada me atravesó el brazo izquierdo.

¿Qué demonios será? preguntó una voz al otro lado de la puerta que quedaba al pie de la escalera. ¿Te parece que lo matemos? dijo otra voz. Espera un poco; mira que si damos el golpe antes de tiempo tendremos un disgusto serio, fue la respuesta de Dechard, que con indecible placer. Siguió un breve silencio y después que descorrían cautelosamente el cerrojo.

Muertos éstos quedarían tan sólo dos de los Seis, con los cuales esperaba acabar también a favor de la confusión y de una violenta acometida. Si ambos obedeciesen las órdenes recibidas del Duque, la vida del Rey dependería de la rapidez con que pudiésemos forzar la puerta exterior; y me felicito al pensar que Dechard y no Ruperto era el encargado de la guardia nocturna del Rey.

¿Está cerrada la puerta que lleva al puente? Sólo los cuatro caballeros tienen la llave. ¿Y también la de la reja de entrada a la prisión? pregunté acercándome a Juan. Creo que esa únicamente la tienen Dechard y Henzar. ¿Dónde habita el Duque? En la parte nueva del castillo, en el primer piso. Sus habitaciones quedan a la derecha del puente levadizo. ¿Y la señora de Maubán? A la izquierda.

No sería culpa mía si lograba regresar a la otra orilla. Los restantes con quienes tenía que habérmelas eran tres: dos de guardia y De Gautet dormido. ¡Ah, si hubiera tenido las llaves en mi poder! Con ellas lo hubiera arriesgado todo y atacado a Dechard y Bersonín antes de que sus secuaces pudieran acudir en su auxilio.

Aunque Dechard tenía serenidad y valor, carecía del ímpetu y la osadía increíble de Henzar. También contaba yo con que, siendo Dechard el único entre ellos verdaderamente adicto al Duque, dejase solo a Bersonín guardando al Rey y se precipitase hacia el puente para tomar parte en la lucha al lado opuesto. Tal era mi plan, verdaderamente desesperado.

A tiempo llegaba, porque la herida que recibí en la lucha con Dechard había vuelto a abrirse y la sangre corría abundante, formando roja mancha en el suelo. ¡Pues entonces déme usted su caballo! grité, apartándolo de . Di algunos pasos hacia el caballo, tambaleándome, y caí de bruces. Tarlein se arrodilló a mi lado. ¡Federico! dije.

Deseamos hablarle. ¿Promete usted no hacer fuego hasta habernos oído? ¿Tengo el gusto de hablar con el señor Dechard? pregunté. No importa el nombre. Pues entonces prescindan ustedes del mío. Corriente. Tengo que hacerle a usted una proposición. Yo seguía mirando por la hendidura y vi que mis enemigos habían subido dos escalones y que tres revólvers apuntaban a la puerta. ¿Nos deja usted entrar?

Dechard, blasfemando, saltó hacia atrás, y antes de que pudiera darme cuenta de lo que iba a hacer, dirigió su arma contra el Rey, que cayó lanzando un doloroso gemido. El ágil espadachín me hizo frente otra vez, pero al volverse resbaló en el charco de sangre inmediato al cadáver del médico, y cayó al suelo.

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