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Actualizado: 21 de junio de 2025


Y por último el inglés Dechard, de cara estrecha y larga, cabello cortado al rape y bronceado color. Tenía muy arrogante presencia, ancho de hombros, delgada la cintura. «Buena espada, pero un bribón de marcame dije al verlo. Le hablé en inglés, con ligero acento extranjero y vi asomar a sus labios una sonrisa, que reprimió en seguida.

¡Ábrala usted! exclamó Dechard. ¡Se abre hacia fuera! ¡Qué diantres, Bersonín gritó impaciente Dechard. ¿Tienes miedo a un hombre solo? Me sonreí al oírle y en el mismo instante se abrió la puerta violentamente. La luz de una linterna me mostró a los tres rufianes agrupados en el umbral y apuntando con sus revólvers. Lancé un grito y me precipité sobre ellos a la carrera.

En esta celda velaban siempre de día y de noche, tres de los Seis, con orden de defender la puerta que daba a la otra celda, en caso de ataque, mientras les fuera posible; pero dado que los asaltantes parecieran próximos a triunfar, Henzar y Dechard, uno de los cuales se hallaba siempre allí, tenían orden expresa del Duque de separarse de sus compañeros, entrar en la celda inmediata y matar al Rey.

Es decir que el caballero Dechard está en el secreto pensé. Una vez libre de mi querido hermano y sus amigos, me volví para despedirme de mi prima. Estaba esperándome en la puerta que separa ambas habitaciones, y al tomar yo su mano me dijo muy quedo: prudente, Rodolfo. Tén cuidado... ¿De qué? Bien lo sabes; no puedo decirlo ahora. Pero piensa en lo que vale y significa tu vida para...

Los señores de Gautet, Bersonín y Dechard le siguieron una hora más tarde, llevando el último un brazo en cabestrillo. Se ignora la causa de la herida, pero se sospecha que ha tenido un duelo, en el que figura como causa una mujerInformes auténticos observé, alegrándome al saber que el bribón tenía buena memoria mía.

Me volví hacia donde estaba Dechard, pero éste había desaparecido; fiel a la consigna recibida del Duque, en lugar de atacarme había corrido a la puerta de la otra celda y cerrádola tras . ¿Qué sería del Rey en aquel momento? No dudo que Dechard le hubiera dado muerte y a también, sin la intervención de un adicto servidor que dio la vida por su soberano.

Me ocurrió una idea, que juzgué practicable. Prometo no disparar antes que ustedes dije. Pero no los dejaré entrar. Quédense donde están y hablen. Aceptado dijo Dechard. Los tres acabaron de subir la escalinata y se detuvieron al otro lado de la puerta. No pude oír lo que se decían, pero vi que Dechard hablaba al oído del más alto de sus compañeros. De Gautet, según creo. Secreto tenemos pensé.

Tres son ruritanos, uno francés, uno belga y el otro compatriota de usted. Y todos ellos dispuestos a cortarle el pescuezo a cualquiera, si el Duque se lo manda. Quizás me corten el mío se me ocurrió decir. Es muy posible asintió Sarto. ¿Quiénes son los que están aquí, Tarlein? De Gautet, Bersonín y Dechard. ¡Los extranjeros! Es más claro que la luz del día.

Allí estaba el belga empuñando la espada y con él Dechard, sentado en un sofá. Bersonín, sorprendido al verme, retrocedió; Dechard saltó sobre su espada. Ataqué furiosamente al primero, acosándole hasta la pared. Aunque valiente, no era esgrimidor de primera fuerza y pronto cayó a mis pies.

Y asiendo su silla, que a duras penas pudo levantar del suelo, se acercó a nosotros. Era aquel un auxilio inesperado. ¡Adelante! le grité. ¡Un golpe con la silla! Dechard me dirigió una estocada furiosa, que apenas pude parar. ¡Adelante! volví a gritar al Rey. ¡Pronto, pronto! El Rey lanzó una carcajada y se adelantó de nuevo, empujando la silla.

Palabra del Dia

rigoleto

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