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Me ocurrió una idea, que juzgué practicable. Prometo no disparar antes que ustedes dije. Pero no los dejaré entrar. Quédense donde están y hablen. Aceptado dijo Dechard. Los tres acabaron de subir la escalinata y se detuvieron al otro lado de la puerta. No pude oír lo que se decían, pero vi que Dechard hablaba al oído del más alto de sus compañeros. De Gautet, según creo. Secreto tenemos pensé.

Quédense ustedes.... Ya ha pasado la hora de paseo. No puedo dijo Castro . Hoy como en casa de su hermano. ¡Ah! verdad que es sábado, no me acordaba. ¿Come usted todos los sábados en casa de tía Clementina? preguntóle por lo bajo Esperancita con inflexión extraña. El lechuguino la miró un instante. Casi todos como en casa de su tío Tomás. Tía Clementina es muy guapa y muy amable.

Pero quédense estas consideraciones aparte, como inútiles y sin provecho, y añudemos el roto hilo de mi desdichada historia. No, por cierto; antes, con grandísimo gusto, me ofrecí a partir luego, contento de la buena compra hecha.

Además, os lo tengo anunciado como lo menos bello del panorama, y no podéis, en buena conciencia, llamaros a engaño ahora... Y se acabó este primer número del programa... A otro enseguida... y quédense estas puertas abiertas para que se vaya inundando de la gracia de Dios toda la casa...

He dicho que no quiero la vida, no la quiero: quédense ustedes con ella, y divertirse; prefiero ser comido de gusanos y no que la miseria me devore... Yo creo que la fría impresión del revólver sobre la sien, me dura todavía, y es por eso que el valor me abandona; siento el peso del arma en el bolsillo, y la sangre se me hiela, ¡soy un cobarde! pues no, no lo soy y he de probarlo... En lugar de apuntarme a la cabeza, me apuntaré al corazón: así, la muerte vendrá más pronto; ya te enseñaré a no brincar como ahora, saltarín de los demonios.

¡Que brillo por mi ausencia!... ¿Pero qué disparates está usted diciendo, Sr. de Ponte? O es que no entendemos nosotras, las mujeres de pueblo, esos términos tan fisnos... Ea, quédense con Dios. Yo vuelvo pronto, que tengo que dar de almorzar a la niña y a los señores gatos. Y aunque el Sr. D. Frasquito no quiera, ha de hacer aquí penitencia. Le convido yo... no, le convida la señorita.

Estoy acostumbrado a andar todo el día chapoteando agua dije en tono desdeñoso afectando una robustez que, por desgracia, estoy muy lejos de poseer. Pero me agradaba bravear delante de la monja risueña. De todos modos... váyase, váyase a casa y quítese pronto el calcetín. Nosotras nos vamos a dar un paseíto por la galería, a ver si el agua baja. Quédense con Dios Nuestro Señor.

El libro de Montalvo, no obstante, es la obra de un hombre de gran talento, del más atildado prosista que en estos últimos tiempos ha escrito en lengua castellana, y de un hombre, por último, de imaginación briosa y rica. Su libro merece ser examinado y juzgado, pero no caben en este articulo ni el examen ni el fallo. Quédense, pues, para otro día, si alguien muestra curiosidad por conocerlos.

Quédense en esta caballeriza las alas de la hormiga, que me levantaron en el aire para que me comiesen vencejos y otros pájaros, y volvámonos a andar por el suelo con pie llano, que, si no le adornaren zapatos picados de cordobán, no le faltarán alpargatas toscas de cuerda.

Corriente añadió Bermúdez tomando nueva postura en la silla . Pasemos también por eso, y quédense las cosas donde y como quieres ponerlas. Pero bueno o malo, blanco o negro, ya está tu primo llegando a las puertas de Peleches: ¿qué hacemos con él? ¿se las cerramos? ¿le dejamos entrar? Tampoco se trata de eso, papá: repáralo bien. ¡Otra te pego! Pues ¿de qué se trata, hija mía?