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La verdad es que la noche está hermosa.... Parece de Agosto. Cuando contemplo el cielo, de innumerables luces rodeado y miro hacia el suelo... perdóname, hija mía, sin querer me vuelvo a mis versos.... ¿Y qué? mejor, Quintanar: eso es muy hermoso. La Noche Serena ya lo creo. Hace llorar dulcemente. Cuando yo era niña y empezaba a leer versos, mi autor predilecto era ese.

Perdóname el haberte engañado y procura ser feliz, como lo desea tu mejor amigo LuisTrazó los renglones de esta carta con mano trémula. Antes de terminar, algunas lágrimas asomaron a sus ojos. Josefina duerme. El noble maestrante fácilmente dio con el autor de su deshonra. Así que leyó el anónimo y se recobró del susto, sus sospechas fueron a parar al conde de Onís.

Te engañas cuando dices que a nada aspiras, que nada ambicionas. ¡No sospechas cuántos encantos y cuántas seducciones tiene la vida! «Perdóname, y no pienses mal de ; serías injusto, y la injusticia no cabe ni cabrá nunca en un corazón tan noble y tan generoso como el tuyo.

Fué un medio delicado de remediar la penuria del poeta, hombre inadaptado, incapaz de sujetarse a escritorio u oficina, ni a ninguna suerte de trabajo vulgar. Escribió con intermitencias. Le faltó la espontaneidad y el vigor de García Collado, su émulo; pero le superó en sentimiento y corrección y en cultura literaria. ¡Perdóname, bien mío!

Perdóname dijo Andrés realmente compadecido. Y sin poder resistir la tentación, sujetola un instante por los brazos y la dio un fuerte beso en la mejilla húmeda y brillante. ¡Eso es peor!... Vamos, déjeme usted... ¡Cómo se conoce que traigo la herrada!... Déjeme usted llevarla a casa, y veremos si después hace burla de . ¿Prometes volver?

Y sin aguardar respuesta tomó la caja de cerillas de su mesa de noche é hizo brotar la luz. Al volver la cabeza dió un grito y se le cayó la cerilla de la mano. ¡! ¡! ¡! repitió con espanto en las tinieblas. ¡!... Yo soy, Soleá... ¡Perdóname que haya dado este paso!... El cariño que te tengo me ha vuelto loco...

Y si vendieras algo para poder hacerme yo un trajecito, bien te lo agradecerían estos pobres huesos... Perdóname si alguna vez he sido un poco duro contigo y con ciertas mañas que sacabas... Me parecía que te salías algo de nuestro régimen tradicional.

Tus frases de amor llenas, desbordaron, rompiendo de mi calma las frágiles cadenas, un mar de hirviente lava por mis venas y otro mar de delirios por mi alma. ¡Perdóname, bien mío...! Pusieron contra del alma mía en el volcán impío, su amor la alondra, su murmurio el río, su ausencia el sol, su negra noche el día.

¡Diantre! ¡no había pensado en eso!... Y yo, un viejo lobo, me pongo tan turbado como ella. Habrá que avisar al ebanista digo. Mi querido Jorge dice ella con importancia; perdóname si creo que entiendo el asunto mejor que . ¡Hum, hum! le digo, amenazándola con el dedo, porque mi mayor placer ha sido siempre plantar en el banquillo su pudor de solterona.

»¡Que Dios le reciba en su seno! dijo el prelado al moribundo. »Comenzó a recitar las oraciones de la Iglesia, a las que los asistentes contestaban, y después echó sobre su frente el óleo santo. »Un rayo de alegría brilló en los ojos del Conde, estrechó la mano de Teobaldo, me tendió la otra, y díjome con dulzura: »¡Perdóname!... »Y el cielo abriose para él.