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Amigo tuyo, condiscípulo tuyo.... ¿Pepe López? No. Diga usted, tía.... Adivina. ¿Eduardo, el hijo del alcalde? No. Eduardito es un pedazo de alcornoque. ¡El, el hijo del alcalde, prendarse de una muchacha pobre? ¡Cuándo! El enamora a Gabrielita Fernández.... ¿A la jovencita rubia, la que toca muy bien el piano? ¿Ya la conoces? El otro día la vi en la reja. ¡Guapa! ¿No es verdad?

El domingo me puso cuatro letras, pero nada me dice para . Si hay carta te la mandaré con el muchacho. Ya que eres muy impaciente. «Saluda de nuestra parte a doña Gabriela, a Gabrielita y a don Carlos, y diles que deseamos que el niño esté mejorcito». Me dió un vuelco el corazón; no pensé en el P. Herrera, ni en que estuviera enfermo.

El doctor me ha conseguido un empleo, muy bueno, en la hacienda de Santa Clara, que, como sabes, es del señor Fernández, el papá de Gabrielita, tu compañera de Conferencia. Estuve en la casa de ese caballero que es muy buena persona; me recibió con mucha cortesía, como a un amigo, no como a empleado, nos arreglamos en un dos por tres, y el día 15 salgo para la hacienda.

La otra tarde me dijo: «¡Ay, Pepa! ¡A la única muchacha que me gusta para Rodolfo es Gabrielita! ¡Qué bonita pareja harían los dosEl rostro de la joven se entristeció de súbito, como esos manantiales de agua purísima cuando pasajera nube les roba por un instante los rayos del sol. Angelina se mostró conmigo muy reservada y desdeñosa.

Y no pensarás en otra, y no verás a otras muchachas, porque yo lo sabré.... Y no irás a la Plaza a oir a Gabrielita.... ¡Linilla! No pienses mal de .... Gabriela es guapa, elegante, y qué cosa más fácil que .... ¡Me enojo, Linilla!... ¡No; es pura chanza!... Pero, seriamente: ¿verdad que no pensarás en otra, aunque sea linda, hermosa, mejor que yo? Te lo juro, Angelina....

Por eso te decía yo que Gabrielita.... , tía, ; tiene usted razón; pero, créame usted: si algún día pienso en casarme, no consultaré más que a mi corazón. Charlé media hora en la botica de Meconio. Allí estaban los pedagogos, el P. Solís y don Crisanto. Adentro, como de costumbre, se tributaba culto a Birján.

Ocupaban el coche un caballero de noble aspecto, de barba gris, y una señorita que atraía las miradas de la multitud por su hermosura y la elegancia de su traje. Vestía de color obscuro y llevaba cubierta la cabeza con un gorro de blondas sobre las cuales resaltaba una rosa de Alejandría. Un grupo de galanos jinetes se detuvo para saludarla. Era Gabrielita. El coche pasó como un relámpago.

Pues se engaña; no hemos de visitarla ni por una de estas nueve cosas. ¡Que gocen de su lujo y de su dinero! ¡Que luzca Gabrielita sus trapos caros! Para nada necesitamos de ella. ¡Qué gusto! repetían las envidiosas. ¡Qué gusto! ¡Todos los muchachos de aquí salen con cajas destempladas! ¡Mejor! ¡Mejor! ¡Quién les manda enamorar marquesitas! Y bien visto, ¿quiénes son los enamorados?

Eres pobre... ¡cierto! pues estoy segura de que Gabrielita te preferiría a cualquier villaverdino, así la pretendiera Ricardo Tejeda, tu amigote, o el hijo de don Basilio, ese muchacho que es un bobo, que no sirve más que para contar a todo el mundo cuánto vale el traje que lleva, y cuánto el caballo en que montará dentro de pocos días. ¿No es verdad, Angelina? ¿No es verdad que para Rorró, sólo Gabriela?

Eduardito... ¡sólo Eduardito! El muy tonto, como tiene dinero, como su padre es rico, está seguro de que le hará caso. Mis paisanos no tardaron en advertir que, tarde a tarde me pasaba yo las horas oyendo tocar a Gabrielita. Una noche, al entrar en la botica, que hablaban de la señorita Fernández, y que decían algo de .