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La verdad es que contemplaban con espanto a un hombre, plantado en medio del puente, espada en mano. Era Ruperto Henzar, en mangas de camisa, ensangrentada ésta sobre el pecho; pero su aspecto resuelto y erguido cuerpo, me indicaron desde luego que estaba ileso o cuando más levísimamente herido.

Sarto y Tarlein caerán en la refriega, como caerá también el Duque. ¡Hola! , Miguel el Negro, como un miserable que es. Cuanto al Rey, tomará el camino del infierno por la «Escala de Jacob.» ¡Ah! ¿También sabe usted eso? Y quedarán sólo dos hombres cara a cara: Ruperto Henzar y usted, rey de Ruritania. Se detuvo un momento, y con voz que la emoción agitaba, continuó: ¿No es una jugada soberbia?

Se acercó a , saludándome con cómica reverencia, y solicitó hablarme a solas para comunicarme un mensaje del duque Miguel. Hice que se retirasen todos y Henzar, sentándose a mi lado, comenzó: ¿El Rey está enamorado a lo que parece? No de la vida, señor mío contesté sonriéndome. Más vale así. Pero estamos solos. Usted, Raséndil...

Contaba yo tomar otro baño en el foso, llevando conmigo una pequeña escala que me serviría en primer lugar para esperar con relativa comodidad, poniendo la escala contra el muro y apoyando en ella manos y pies mientras estuviese en el agua. Llegada la hora, subiría por la escala al puente y de dependería que ni Henzar ni De Gautet lo cruzasen con vida.

Sólo Ruperto Henzar continuaba tan contento como siempre, y según decía Juan, riéndose a carcajadas porque el Duque ponía siempre de guardia a Dechard cuando la señora de Maubán se hallaba en la celda del Rey; precaución no del todo inútil por parte de mi prudente hermano.

En esta celda velaban siempre de día y de noche, tres de los Seis, con orden de defender la puerta que daba a la otra celda, en caso de ataque, mientras les fuera posible; pero dado que los asaltantes parecieran próximos a triunfar, Henzar y Dechard, uno de los cuales se hallaba siempre allí, tenían orden expresa del Duque de separarse de sus compañeros, entrar en la celda inmediata y matar al Rey.

Tal era mi ocupación cuando el más joven de los Seis, Ruperto Henzar, que no temía a Dios ni al diablo, se adelantó de repente a caballo, con tanta calma como si detrás de cada árbol no pudiese tener yo apostado un buen, tirador, y ni más ni menos que si cabalgase en el parque de Estrelsau.

Se oyó después el golpe dado contra la pared por una puerta abierta violentamente, y la voz de Miguel que gritaba: «¡Abre, Antonieta! En nombre del Cielo, ¿qué sucedeLa respuesta fue precisamente la que yo había escrito en mi carta: «¡Socorro, Miguel! ¡Es HenzarEl Duque lanzó una blasfemia y golpeó violentamente la puerta.

¿Está cerrada la puerta que lleva al puente? Sólo los cuatro caballeros tienen la llave. ¿Y también la de la reja de entrada a la prisión? pregunté acercándome a Juan. Creo que esa únicamente la tienen Dechard y Henzar. ¿Dónde habita el Duque? En la parte nueva del castillo, en el primer piso. Sus habitaciones quedan a la derecha del puente levadizo. ¿Y la señora de Maubán? A la izquierda.

No tuvo el cinismo de mandarme a los tres que antes intentaron asesinarme, pero diputó la otra mitad del sexteto, Laugrán, Crastein y Ruperto Henzar, los ruritanos.