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Aunque hace más de dos años que perdió a su madre, y más de año y medio que enviudó, Pepita lleva aún luto de viuda. Su compostura, su vivir retirado y su melancolía son tales, que cualquiera pensaría que llora la muerte del marido como si hubiera sido un hermoso mancebo.

Está muy afligida, ¿verdad? ¡Pobre criatura loca! Es cosa de llorar de lástima, aunque se tenga el corazón de piedra. Teme que la maltraten, ¿no es cierto? No, no; otra persona pensaría en ello; ¡pero una pobre loca! ¿Creéis que no piensa en ella? Todo lo que grita es: «Marta, Marta», y sólo la preocupa el que vos tengáis que sufrir las consecuencias de su imprudencia.

Pero, hombre, cualquiera que le oyera a usted pensaría que Nieves había puesto sus ojos en algún foragido... ¡Caramba! dele usted a Leto el caudal del mejicano, y a ver si hay mejor acomodo que él para una chica soltera, en todo el orbe conocido... ¡Y como usted es pobre, gracias a Dios!... No es eso, señor don Claudio, precisamente... Mire usted: por de pronto, es una niña todavía...

Necesitaba demostrar en España que era el espada de siempre. Luego ya pensaría en la conveniencia de hacer este viaje. Con el ansia del hombre popular que siente quebrantarse su prestigio, Gallardo exhibíase pródigamente en los lugares frecuentados por las gentes de la afición.

Era preciso arreglar el cuarto lo mejor posible... ¡Qué pensaría el caballero ante aquellos miserables trastos!... Isidora no podía mirar sin sentir pena las tres láminas que ornaban las paredes empapeladas de su cuarto.

No era grande la distancia de allí a su casa, pero aunque le dijeran que en la cochera le esperaba el mismo Nuncio, no iba. ¡Qué había de ir!... Aun haciéndole bueno que con tal viajecito venía la gorda, lo pensaría antes de decidirse a subir la cuesta con aquel calor. ¡Vaya! Menos historias y a trabajar.

Vendría á verme todos los años, yo pensaría en él á todas horas, é iría también alguna vez á compartir durante unos meses su vida salvaje. En fin, sería una existencia más interesante que la que llevamos en París; y al final de ella, la riqueza, una verdadera riqueza, inmensa, novelesca, como rara vez se ve en el viejo mundo.

En épocas normales, usted pensaría como yo, Catalina; pero usted ahora está inquieta por no recibir noticias de Gaspar... Esos rumores de guerra, de invasión, que corren la atormentan y la preocupan... No duerme usted..., y lo que le dice un pobre loco lo toma por artículo de fe. No, Hullin, no es eso; usted mismo, si hubiera oído a Yégof...

Fue Juanita a casa de doña Inés tan pobre y modestamente vestida como si saliese de un beaterio, y tan modosita en el hablar, en la voz y en los modales, que parecía, sin visos ni asomos de afectación, una criatura seráfica. Esto, sin duda, hubo ya de entreabrirle o de ponerle entornadas las puertas del corazón de doña Inés, la cual sabía mucho y pensaría y diría en su interior.

Se lo enviaron probablemente antes de que llegase a Zenda la noticia de la presencia de usted en Estrelsau; porque supongo que el mensaje lo mandaron de Zenda. ¡Y lo ha llevado encima todo el santo día! exclamé. Bien puedo decir que no soy el único que ha pasado un día de prueba. ¿Pero qué pensaría él de todo esto, Sarto? ¿Qué nos importa? Pregunte usted más bien qué es lo que piensa ahora.