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Todo lo que entonces hubiese hecho en contradicción con los dos proyectos de doña Inés del casamiento de su padre y del monjío de ella, hubiera sido la más audaz rebelión contra la tiranía de la reina absoluta de Villalegre, y a don Paco y a ella los hubiera puesto en peligro de tener que emigrar, como Adán y Eva, expulsados del Paraíso.

Nuestro entendimiento, nuestra voluntad, no podía apartarse ni tanto así del camino que se les había trazado; a el camino del monjío, a Presentación el camino de no ser nada. ¡Ay, qué niñez tan triste! No nos atrevíamos a decir, ni a desear, ni siquiera a pensar cosa alguna que antes no estuviera previsto e indicado por mamá.

¡Ay, qué valor se necesita, Dios mío! ¡Esta que es verdadera vocación!... ¡Una chica tan joven y tan guapa! No se habla de otra cosa en la villa... ¡Todo el mundo anda revuelto con el dichoso monjío! ¡Dichosa ella, querida! Yo no si tendré valor para ver la ceremonia. Pues yo, aunque me cueste una enfermedad, la he de ver.

Se contenía, no obstante, a fin de no armar la de Dios es Cristo, de no perder en un minuto cuanto había conseguido trabajando más de un año y de no verse de nuevo en guerra con los poderes constituidos y con toda la población que respetaba y obedecía a dichos poderes. Juanita no dijo que ; no aceptó lo del monjío, pero no dijo que no; pronunció frases vagas o se calló y bajó la cabeza.

Razón tenía, pues, doña Inés en seguir admirando a Juanita; en decirle, como le dijo, que se alegraría de tenerla por madre política; en desistir con gusto de que Juanita se hiciese monja para que no eclipsase a la Monja Alférez y fuese la Monja Generala, y en ofrecerle para el regalo de su boda la cantidad que pensaba dar para la dote de su monjío.

En el momento presente de nuestra historia prevalecía en doña Inés el empeño de empujar a Juanita hacía el monjío. Preveía para ella peligros inminentes y ansiaba salvarla, aun a costa de privarse de su agradable presencia y de su dulce trato. Se comprenderá qué clase de peligros temía la señora de Roldan si echamos una ligera ojeada retrospectiva y ponemos al lector en antecedentes.

Entonces le contó a mi tía, muy en secreto, que la «muñeca» quería dejar el mundo y hacerse hermana de la Caridad. El santo sacerdote estaba muy triste. Todos temíamos que aquel monjío le costara la vida. ¡Hágase la voluntad de Dios! exclamaba. Yo me había soñado que Linilla y Rodolfo.... Pero, en fin.... ¡Vaya con la «muñeca»! ¡Dios me la trajo y Dios se la lleva!

Está tan convencida de su insignificancia, que yo he hecho como Jesucristo; queriendo ser la última, la elevé a primera. Ha pasado dos años en un convento de Vergara, y cuando yo llegué, estaba empeñada en hacerse monja: ahora ya se fue a paseo el monjío.

-No, por cierto -respondió el mozo-, porque todos caminan con tanto silencio que es maravilla, porque no se oye entre ellos otra cosa que los suspiros y sollozos de la pobre señora, que nos mueven a lástima; y sin duda tenemos creído que ella va forzada dondequiera que va, y, según se puede colegir por su hábito, ella es monja, o va a serlo, que es lo más cierto, y quizá porque no le debe de nacer de voluntad el monjío, va triste, como parece.

Quiso en seguida doña Inés preparar y adoctrinar a Juanita para el monjío, y echando mano a las obras del padre maestro Juan de Avila, a que ella era muy aficionada, le leyó, con comentarios y anotaciones de su cosecha, párrafos y aun capítulos enteros del muy edificante tratado que el mencionado padre escribió para una monja, explanando profusamente aquellas palabras del santo rey David, que dicen: «Oye, hija, e inclina tu oreja y olvida tu pueblo y la casa de tu madre aquí ponía doña Inés madre en vez de padre, para que viniese mejor a cuento , y codiciará el rey tu hermosuraClaro está que este rey era Cristo con quien quería doña Inés que Juanita se desposase.