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Si hubieran vivido los otros, serían siete, y a todos los he criado yo añadió con cierto orgullo la madre menos a Tirso. Ahora, por vez primera, vamos a vivir juntos. ¡Ojalá vivamos en paz! dijo Pepe. ¡Ave-María Purísima! ¡Qué cosas tiene este hermanito que Dios me ha dado! Lo digo en serio, y no me importa que lo sepáis. Tengo miedo a la venida de Tirso; la deseo y la temo.

Mirando nuestras banderas rojas y amarillas, los colores combinados que mejor representan al fuego, sentí que mi pecho se ensanchaba; no pude contener algunas lágrimas de entusiasmo; me acordé de Cádiz, de Vejer; me acordé de todos los españoles, a quienes consideraba asomados a una gran azotea, contemplándonos con ansiedad; y todas estas ideas y sensaciones llevaron finalmente mi espíritu hasta Dios, a quien dirigí una oración que no era Padre-nuestro ni Ave-María, sino algo nuevo que a se me ocurrió entonces.

Ahí tienes un tiro que no yerra nunca. ¿Quieres más señas? Cuando Aurora sale de su obrador, él la espera en la calle de Santo Tomás y van juntos hacia el Ave-María. Los domingos, Aurora dice en su casa que va al obrador, y a donde va es a... Cállate; te digo que te calles gritó Fortunata retorciéndose los brazos . Eres un mentiroso, un calumniador.

Cargó, pues, la señora de Jáuregui con sus penates, y se instaló en un segundo de la calle del Ave-María. Habríale gustado vivir en la misma casa de la botica; pero no había allí ningún cuarto con papeles. Eligió un segundo de la finca inmediata, y sus balcones caían al lado de los de su amiga Casta Moreno, viuda de Samaniego.

Esta, muy contra su voluntad, no tuvo más remedio que referir los novelescos pasajes del ratón, las visiones y de la botella de coñac; pero lo hizo a grandes rasgos, para acabar más pronto. iv Aquella noche se fueron a Variedades, que está a dos pasos del Ave-María.

Entraba con esta confianza en las casas de los enfermos apestados y arrodillados todos, así cristianos como gentiles, rezábamos el Ave-María; luego preguntaba al enfermo si creía de corazón en Jesucristo y confiaba en su Santísima Madre, y respondiéndome que , le aplicaba una estampa de San Francisco Xavier para que me fuese intercesor con la Reina del cielo, y mis pecados no impidiesen su piedad; por último, le tocaba con la imagen de la Virgen Nuestra Señora, y de esta manera, en pocos, días cesó la peste y aún los de más peligro recobraron la saludAsí el Venerable Padre.

La meditación y el zurcido no le impedían mirar de vez en cuando a la calle, y la del Ave-María es mucho más pasajera que la de Raimundo Lulio. En una de aquellas miradas casi maquinales que la viuda echaba hacia afuera, como para poner solución de continuidad al temeroso problema que tenía entre ceja y ceja, vio pasar a una persona que le retuvo un instante la atención.

Andando hacia la calle del Ave-María, iba discurriendo que debía poner en la carta mucha severidad, y un ligero matiz de indulgencia, un grano nada más de sal de piedad para sazonarla. Diríale que no podía admitirla en su casa; pero que con el tiempo... si daba pruebas de arrepentimiento... En fin, que ya saldría la epístola tan guapamente.

En esta ocasion, imitando la gran devocion del prelado al augusto Misterio, se introdujo en la catedral la costumbre, seguida despues en las demas iglesias de España, de decir los predicadores despues de la salutacion y el Ave-María: Alabado sea el Santísimo Sacramento, y la Inmaculada Concepcion de la Vírgen nuestra Señora sin pecado original.

¡Que yo soy un fenómeno!... ¡Ave-María Purísima, qué disparate! Estás fresco... Lo permanente no soy yo, ¡qué cuña!, es el conjunto... Yo lo reconozco así en el fenómeno pasajero de mi conocimiento. ¡Y estas cosas se decían en el rincón de un café, al lado de un parroquiano que leía La Correspondencia y de otro que hablaba del precio de la carne!