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Un antiguo parroquiano del boliche resumía con gravedad filosófica la ineficacia de estos esfuerzos valiéndose de un refrán del país: «Al que nace barrigón, es en balde que lo fajenEl dueño del almacén, al verle entrar, le presentó un vaso de ginebra, y los gauchos de peor catadura se llevaron una mano al sombrero para saludarle, como si fuese su jefe.

Era un estribillo abrumador... Chirris... entrada del individuo con su puro de estanco en la boca... después pum y otra vez chirris... El amo saludaba desde el mostrador a algún parroquiano que le caía cerca. Los más gustaban de que se les sirviera el café sin ninguna tardanza, y daban palmadas si el chico no venía pronto.

Luego que el parroquiano se presenta, se pone el traje, y va designando al maestro en dónde le está estrecho, en dónde le está ancho, en dónde le hace arrugas, porque no quiere un traje que le haga arrugas, ni que le esté ancho, ni que le esté estrecho.

Los dueños de los establecimientos las atraían y las halagaban a ellas y a otras de su clase. Eran señoritas, con un encanto superior al de las otras mujeres. Sabían mantener sus aventuras en un término prudente, con más bullicio y atrevimiento que las profesionales, pero sin permitir nunca el atentado irreparable. Mostrábanse expertas en la tentación que enardece al parroquiano y le hace volver.

A un parroquiano como usted, de la aristocracia, no se le niega el hospedaje porque deba, un suponer, tres noches, cuatro noches... Plántese el buen Frasquito, con cien mil pares, y verá cómo la Bernarda agacha las orejas... Le da usted sus cuatro reales a cuenta, y... échese a dormir tranquilo en el camastro».

la educas para la sociedad, para la familia, para todo el mundo. Su marido tiene que educarla luego para él. haces con tu hija, lo que hace el sastre que confecciona un traje para el primer parroquiano que salga.

Doña Isabel estaba siempre con cada ojo como un farol, y no las perdía de vista un momento. A esta fatiga ruda del espionaje materno uníase el trabajo de exhibir y airear el muestrario, por ver si caía algún parroquiano o por otro nombre, marido.

Después entraba la marquesa vestida con llamativo lujo y apoyada en el brazo de él mismo, que iba de frac, con una perla enorme en la pechera. El encargado del establecimiento le saludaba familiar y respetuoso, como á un parroquiano conocidísimo; las mujeres admiraban de lejos las joyas de Elena; un groom diminuto como un gnomo se llevaba la rica capa de pieles de la señora, que esparcía un perfume de jardín de ensueño.

Por lo menos atendía con más escrupulosidad si posible fuera que su futuro tío á los vasos y copas que cada parroquiano consumía y si en cualquier rara ocasión al buen Martinán se le pasaba sin cobrar alguno, Quino se lo recordaba al oído. Con esto la estimación que el filósofo le profesaba crecía algunos palmos. No dudaba que el hijo de la tía Brígida haría enteramente feliz á su sobrina.

¡Pues corro á buscarlo yo mismo, para que lo castiguéis cual se merece quien de tal suerte ofende á mi buen parroquiano, el señor Oscar Reginaldo Bombardón de Pelisier! ¡Pas si vite, mon ami! Yo sabré buscarlo en su día. Imaginaos el destrozo que sufriría vuestra hacienda si ese gigante y yo trabásemos aquí descomunal combate.