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Y ahora, están en brazos uno de otro y no tienen siquiera un pensamiento para . Entonces, de improviso, se despertó en un orgullo fiero. «¿Por qué te escondes? gritaba una voz en el fondo de misma. ¿No has hecho tu deber? ¿Todo esto no es obra tuyaCon un movimiento brusco me paré, eché hacia atrás mis cabellos en desorden y, con paso firme, apretando los dientes, me dirigí a la casa.

Sentí que se me desgarraba el corazón, que la sangre se me subía al cerebro. Al apearme del caballo , sin quererlo, el cadáver de mi madrina. Estaba velado con un lienzo blanco. Andrés me recibió en sus brazos. ¡Bien te lo decía el corazón! Vacilante, sin saber lo que hacía, me dirigí a la sala, apoyado en el noble servidor que no podía contener los sollozos.

Cuando calculé que ya íbamos á entrar en las calles, me asomé por la portezuela, y dirigí un saludo con la mano a Nuestra Señora de Paris, como quien se despide de un amigo.

Y a las pocas palabras de simpatía que le dirigí, respondió con la misma voz sorda y ahogada. Todo lo he perdido... No tengo ya a nadie. ¿No le queda a usted su padre? Levantó los párpados y, olvidando su timidez, me miró de frente. Mi padre... ¿Está enfermo, no es verdad? ¡Qué ojos!

Tomé una linterna, y seguido por los más resueltos, dirigí mis medrosos pasos hacia el sitio de donde el grito pareciera proceder. La puerta de la sacristía estaba abierta y comprendí que mis sospechas se habían confirmado. Entramos.

Viéndome desmontado, me dirigí a buscar un puesto entre las escoltas de la artillería o en el servicio de municiones, que se hacía precipitadamente por los tambores entre los carros y las piezas.

Oprimido por la vergüenza y el temor, me despedí del Padre Montero, y olvidando por completo la búsqueda de documentos que a la Catedral me había llevado, dirigí mis pasos lentamente hacia mi alojamiento. Renuncio a describir mi estado de ánimo durante el resto de aquel día.

Después me dirigí hacia la Sorbona, donde asistí sucesivamente á varios cursos; tratando de llenar á fuerza de goces espirituales, el vacío que sentía en lo material; mas llegó la hora en que este recurso me faltó y también empezó á parecerme insuficiente. Experimentaba, sobre todo, una fuerte irritación nerviosa, que esperaba calmar paseando. El día estaba frío y nublado.

Mis propias manos ayudaron a bajar y colocar el cuerpo de mi madre en su eterna mansión. Después de esta triste operación, me dirigí solo a la casa y me encerré en mi cuarto. Las lágrimas tienen su pudor como tantos otros sentimientos encerrados en lo más profundo del alma humana.

Barcelona es residencia ordinaria de doce ó catorce cónsules extranjeros, y ofrece amplias facilidades al viajero. Temiendo entregarme desde muy temprano al martirio de las diligencias, tomé pasaje en el vapor «Cataluñaque iba para Hamburgo, y me dirigí á la provincia de Tarragona. Sin haber tenido amigos en Barcelona, confieso que me alejé de su animado puerto con algun pesar.