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Yo entonces aun no había visto nada, no podía comprender la diferencia que existe entre la ostentación lujosa y el buen gusto, y quedé maravillado. Después de recorrer la casa subimos la azotea y estuvimos contemplando la bahía de Cádiz, inundada de sol, llena de fragatas, de bergantines y de goletas. Dolorcitas trajo un anteojo y miramos el Puerto de Santa María, Rota y Puerto Real.

Es allí donde se reúnen las familias, se reciben las visitas y se goza en las tertulias domésticas, durante las horas mas calurosas en los meses de estío, cuando no tiene la preferencia la azotea. En Cádiz el mármol está prodigado en todas partes.

Al recorrer la azotea de la casa, Antonio hizo la presentación del curioso personaje que la víspera llamara mi atención. ¡Era una estatua de piedra!

Otros se bañan en la azotea y con el agua del pozo se dedican á ejercicios de bomberos, traban combate á calderadas de agua con gran contento de los espectadores. Pero el ruido y la algazara cesan paulatinamente á medida que llegan caracterizados estudiantes, convocados por Makaraig para darles cuenta de la marcha de la Academia de castellano.

El piso alto del Tribunal está basado en arquerías, terminando en azotea, construcción rarísima en Filipinas, que hace recordar las casas de Alicante y Valencia. En la plataforma del castillo de San Diego pasamos al lado del virtuoso párroco Fray Mariano Granja, una alegre velada respirando las puras emanaciones de las ondas del gran Pacífico.

Cuando éste no tuvo más que decirme, continuó su acompasada marcha monte arriba, y no tardé en verle detenido con su caballo, y como encaramados los dos en el parapeto de una azotea, sobre el perfil de la loma, destacándose ambas siluetas en una mancha azul del cielo remendado de nubes cenicientas.

A la tercera vez que se asomó Luz a la azotea, también vio al mancebo en el mismo sitio; pero ya no se contentaba, para dar entretenimiento a sus miradas, con el lujo de la naturaleza que le envolvía; también la miraba a ella, a Luz, y aun con mejores ojos que a las bellezas inanimadas del paraíso; y como el mancebo era, en opinión de Luz, «el sentimiento de la bondad y la fortaleza», y hasta «el arcángel guardador» de todo aquello, que ya era «de los dos», Luz bajó del terrado, sin miedo y sin escrúpulos, y el mancebo la salió al encuentro; y ella apoyó su brazo en el brazo que le presentó él, y se fueron juntos por el sendero adelante; y mientras andaban así, a Luz le parecía más radiante la del sol y que eran más olorosas las flores y más blandos los senderos; los ruidos más armoniosos, el ambiente más saludable y los pajarillos más alegres.

Poco o nada habíamos hablado, y suponiendo que Antonio me enseñaría al día siguiente todos los pormenores de la hacienda, me abstuve de hacer preguntas; pero, al entrar en el enorme patio, o más bien plaza, que había delante del edificio, me sorprendió de tal manera la extraña silueta de un hombre sobre el pretil de la azotea, que no pude menos que exclamar: ¿Quién es ese individuo que espera tu llegada en tan estrambótica postura?

En aquel momento, con la rapidez del rayo, entró una figura derribando una silla y atropellando un criado y, en medio de la sorpresa general, se apoderó de la lámpara, corrió á la azotea y la arrojó al río. Todo pasó en un segundo: el comedor se quedó á oscuras. La lámpara ya había caido en el agua cuando los criados pudieron gritar: ¡Ladron, ladron! precipitándose tambien á la azotea.

¡, bajo sus ruinas, , Isagani! ¡por Dios, ven! ¡te lo explicaré despues, ven! otro que ha sido más desgraciado que y que yo, los ha condenado... ¿Ves esa luz blanca, clara, como luz eléctrica, que parte de la azotea? ¡Es la luz de la muerte! Una lámpara cargada de dinamita, en un comedor minado... ¡estallará y ni una rata se escapará con vida, ven!