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-Ya te tengo dicho antes de agora muchas veces, Sancho -dijo don Quijote-, que eres muy grande hablador, y que, aunque de ingenio boto, muchas veces despuntas de agudo. Mas, para que veas cuán necio eres y cuán discreto soy yo, quiero que me oyas un breve cuento. «Has de saber que una viuda hermosa, moza, libre y rica, y, sobre todo, desenfadada, se enamoró de un mozo motilón, rollizo y de buen tomo. Alcanzólo a saber su mayor, y un día dijo a la buena viuda, por vía de fraternal reprehensión: ''Maravillado estoy, señora, y no sin mucha causa, de que una mujer tan principal, tan hermosa y tan rica como vuestra merced, se haya enamorado de un hombre tan soez, tan bajo y tan idiota como fulano, habiendo en esta casa tantos maestros, tantos presentados y tantos teólogos, en quien vuestra merced pudiera escoger como entre peras, y decir: "

Quedó el P. Joseph extrañamente maravillado y pensativo, por no entender qué se le quería significar con aquella visión, hasta que pasando poco después por orden de los Superiores á la conversión de los Chiriguanás lo conoció en la Reducción de San Ignacio, donde aunque había gran multitud de gente, con todo eso el hablarles de su conversión era predicar á las piedras, ó como dicen, en desierto, sin poder reducir ni aun uno sólo de aquellos obstinados, ni tener aún un sirviente que le asistiese en el altar, por lo cual se vió obligado á cultivar con sus manos una huertecilla, y con el sudor de su rostro recoger alguna cosa con qué pasar la vida; iba en persona al bosque á traer un haz de leña y al río por un cántaro de agua, mirándole entre tanto aquellos bárbaros sin moverse á ayudarle.

Pero á última hora la pequeña Sara intervino en la representación, y declamó su papel con tan sincera emoción y tan acabado arte, que «monseñor», maravillado, hubo de felicitarla. La futura actriz, fuera de , loca de alegría, vibrando de orgullo, rompió á llorar. Transcurrieron muchos meses, y aquella emoción purísima perduraba en la niña, y bañaba en luz radiante su almita ambiciosa.

Juan Claudio obedeció muerto de miedo; encontró el boquete en la piedra, alcanzó el escalón y, dando media vuelta, se encontró frente a frente con su compañero en una especie de nicho apuntado, que sin duda se comunicaba en otro tiempo con una poterna. Al fondo del nicho abríase una bóveda baja. ¿Cómo demonio has encontrado esto? exclamó Hullin completamente maravillado.

Por de pronto respondíle, maravillado de aquélla su vivacidad de imaginación y soltura de «pico», que parecían incompatibles con la dolencia que le acababa , si se ensancha el paisaje más allá del boquete por donde se cuela el río.

Y a los pocos días, si no le embromaban, él mismo tomaba la iniciativa. ¡Estoy maravillado! Hoy me relató Concha desde Moisés hasta el cautiverio de Babilonia sin errar un punto. Bueno; ¿y el amor cómo marcha? preguntó uno. Eso es clase de adorno. Se deja para lo último repuso con amable y cínica sonrisa el viejo elegante.

Yo híceme muy maravillado, preguntándole qué sería. "¡Qué ha de ser! dijo él. Ratones, que no dejan cosa a vida." Pusímonos a comer, y quiso Dios que aun en esto me fué bien, que me cupo más pan que la laceria que me solía dar; porque rayó con un cuchillo toda lo que pensó ser ratonado, diciendo: "Cómete eso, que el ratón cosa limpia es."

-Es liberal en estremo -dijo don Quijote-, y si no te dio joya de oro, sin duda debió de ser porque no la tendría allí a la mano para dártela; pero buenas son mangas después de Pascua: yo la veré, y se satisfará todo. ¿Sabes de qué estoy maravillado, Sancho? Y si no fuese por esto, no se podrían socorrer en sus peligros los caballeros andantes unos a otros, como se socorren a cada paso.

3 ¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, y de José, y de Judas, y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros, sus hermanas? Y se escandalizaban de él. 4 Pero Jesús les decía: No hay profeta deshonrado sino en su tierra, y entre sus parientes, y en su casa. 6 Y estaba maravillado de la incredulidad de ellos. Y rodeaba las aldeas de alrededor, enseñando.

Morsamor y también Tiburcio reconocieron en el fraile abandonado a un antiguo colega del mismo convento en que ellos habían vivido, pero el fraile no reconocía a ninguno de los dos por más que maravillado los contemplaba. Se lo impedían el mágico remozamiento del uno y la gallarda e insolente apostura del otro, tan distinta de la humildad claustral que había afectado cuando era novicio.