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Habiendo caminado las balsas cuarenta leguas, descubrieron á lo lejos algunas canoas de indios Payaguás, que se creyó eran espías de esta nación. Deseamos hablarles y dárnosles á conocer para quitarles todo miedo y sospecha y exhortarles á que ya de una vez ajustasen paces con los españoles y quisiesen hacerse cristianos.

La seguridad familiar que tenía para hablarles les molestaba. Pagóles él con otra mirada de impenetrable expresión y siguió diciendo sin embarazo alguno: En otro tiempo los jornales eran un poco mayores; la alimentación era, por lo tanto, más sana y más abundante. Han llegado al mínimum.

Dios se había tomado la molestia de hablarles para transmitírsela, y sentían eternamente la necesidad de imponerla á los hombres, aunque fuese por la fuerza, exterminando á los espíritus rebeldes que se resistían á recibir el beneficio.

Me es duro hablarles así y sufro más yo diciéndoles estas cosas que ustedes mereciéndolas; pero hemos salido de Buenos Aires dejando ustedes virtualmente una promesa, y yo me he encargado de que la cumplan contando con ustedes que al aceptar la idea de este viaje se ponían a mi servicio; es decir, al de un propósito honesto y digno, en cuya consecución el mayor beneficio será para ustedes.

Y bien podía suceder, porque algunas que entraban allí cargadas de pecados se corregían de tal modo y se daban con tanta gana a la penitencia, que no querían salir más, y hablarles de casarse era como hablarles del demonio... Pero no, Fortunata no sería así; no tenía ella cariz de volverse santa en toda la extensión de la palabra, como diría doña Lupe.

No se juzgó conde aristocrático y soberbio, sino estudiantillo novato o alférez recién salido de la escuela. Mas, a pesar de sus juiciosas reflexiones, el Conde fué en pos de aquellas mujeres, y hasta formó el propósito de hablarles en cuanto saliesen del jardín, a fin de que, en el caso de un sofión, que harto le merecía por su vulgar mala crianza, no le viesen sujetos que lo pudieran contar.

Los novios se alzaron de la mesa y seguidos de los comensales salieron al campo de la Bolera. Fueron recibidos con estruendosos vivas. Una muchedumbre se apiñó en torno de ellos. Todos querían hablarles y apretarles la mano.

Acudió a Miranda y Perico demandando ayuda, y ambos se encogieron de hombros, declarándose de todo punto inexpertos y poco a propósito para asuntos tales. Justamente el día en que se le puso en la cabeza hablarles del asunto, tenían ellos concertada una cena con Zulma y compañeras no mártires en el más calentito y retirado gabinete de Brébant. ¡Brava sazón de pensar en semejantes cosas!

Bien visto y apreciado de todos, tuve, sin embargo, el reposo y tranquilidad requeridos para trabajar á mis anchas. Esto hizo que me interesara más y más por aquellos hombres y sus peligros. Sin hablarles, todos los días les acompañaba con mis votos en su oficio de héroes.

A pesar de que el testamento de la duquesa era terminante, Salabert no se dignó hablarles una palabra de intereses. Continuó disponiendo en jefe de su caudal, entregado a los negocios con absoluta tranquilidad. Su hija y su yerno la perdieron al ver esta actitud. Comenzaron a vivir agitados, a comunicarse a cada instante con violencia sus impresiones, a formar planes para provocar una explicación.