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Luego, en tanto que su mirada triste subía del extremo del flotante vestido a la cara de la joven, añadió después de una corta lucha interior: Permítame expresar mis sinceros votos porque sea usted feliz.

Déjenme que haga mi fortuna, y entonces se manifestarán celosos más bien que opuestos a mi proyecto. »¡No lo consentiremos, de ningún modo! »Preciso será que consientan ustedes, pues ya está hecho. »Ambos lanzamos un grito de dolor y de sorpresa. » prosiguió él; he pronunciado mis votos. »¿Cuándo? »Hace pocos días.

Hijo de una riquísima y bien relacionada familia de Manila, de gallardo continente y felices disposiciones para brillar en el mundo, jamás había sentido vocacion sacerdotal; pero, su madre, por ciertas promesas ó votos, le obligó á entrar en el seminario despues de no pocas luchas y violentas discusiones.

Sobrinita díjome atrayéndome a , he llegado casi a desear que no se cumplan mis deseos. Le miré asombrada, porque tenía la firme convicción de que no habría visto nada. Contesele con mucha sangre fría, que ignoraba lo que quería decirme, que era muy feliz, y que hacía votos para que todos sus proyectos tuvieran éxito. Me abrazó con cariño y se retiró.

Preocupado y de peor humor a cada instante, torcía el gesto cuando algún cura entraba en su despacho frotándose las manos de gusto, a noticiarle adhesiones, caza de votos. ¡Qué elecciones aquéllas, Dios eterno! ¡Qué lid reñidísima, qué disputar el terreno pulgada a pulgada, empleando todo género de zancadillas y ardides!

La cuestión de proporcionar misa á los de Cayacente y Romeral, que como usted me indica nos dará ciento cincuenta votos, puede usted considerarla como resuelta, y está usted autorizado para decirlo así en el ofertorio de la misa cuando lo crea oportuno. Á pesar de que usted cuenta como seguro el apoyo de ese D. Baltasar Rodríguez, yo no me fío.

Una vez se le decía, al pasar junto a una choza miserable y solitaria: Es preciso que haga usted una visita a la persona que vive ahí. ¡Pero si no la conozco, hombres de Dios, ni aunque la conociera valdría el trabajo de detenernos! observaba don Simón, con repugnancia. Déjese usted de remilgos, don Simón, y considere que esta choza, entre padres, hijos y allegados, vale más de cinco votos.

Mi hermana me escribe también diciéndome que está muy contenta porque la señorita de Villars la ha prestado sin interés alguno y a devolver cuando pueda, mil escudos; esto le ayudará en sus apuros; la señorita de Villars cumple sus votos de pobreza a pesar de haberle relevado de ellos la Revolución y el Papa al abolir el capítulo.

Y si bien se mira, hasta los ediles de otros tiempos no solían ser desinteresados cuando se descolgaban con ellas, porque, ó se parecían á aquel señor Robres del epigrama, que hizo á los pobres antes de hacer el hospital, ó bien derrochaban el dinero para satisfacer la ambición, ganándose el favor de la muchedumbre y comprando sus votos.

Pero los católicos de Flándes, al ménos respecto de las mujeres, han apelado al beaterio como una transacion ó término medio entre el bullicio del mundo y los votos monásticos perpetuos, entre la completa ociosidad piadosa del claustro y cierta actividad en el ejercicio de la caridad y la enseñanza.